Kuélap, la ciudadela entre las nubes

Chachapoyas. Perú. Octubre 2018.

El mayor atractivo turístico de Perú son las archiconocidas ruinas de Machu Pichu, pero desde luego que no es el único complejo arqueológico de interés en este país. Kuélap es la ciudadela de los Chachapoyas que se encuentra en un monte inexpugnable en las alturas y es tan impresionante o más que la ciudad perdida de los incas, aunque es menos conocida y visitada que Machu Pichu.

Kuélap fue construida entre el siglo IX y XV durante el apogeo de la civilización Chachapoyas. Fue conquistada por los incas y posteriormente abandonada, cayendo en el olvido hasta que fue nuevamente redescubierta en 1843.  Desde luego no es de extrañar, al estar en un sitio tan inaccesible.

Panorámica del yacimiento arqueológico de Kuélap.

Para visitar este complejo reservé la excursión en una de las múltiples agencias que se encuentran en la plaza de armas de Chachapoyas. Por la mañana temprano salimos hacia Tingo, pueblo donde se encuentra el acceso a las ruinas. El teleférico para acceder al complejo lo había puesto en funcionamiento hace poco y no abría hasta las 9 de la mañana, así que cuando llegamos nos quedamos un rato desayunando en uno de los restaurantes del pueblo. Éste es el primer teleférico en funcionamiento de Perú.

Turistas aleccionados esperando en sus posiciones del 1 al 8 para subirse a la cabina.

Hay turnos para utilizar el teleférico que sube a Kuélap. Cuando nos tocó, nos llevaron en autobús desde la estación de embarque hasta el lugar propiamente dicho donde te montas en las cabinas. El camino era de tierra y cuesta arriba, así que nadie se quejó porque nos acercaran.  Creo recordar que la empresa que instaló el teleférico, es la misma que hizo la red de teleféricos que existe en La Paz (Bolivia). El cable del teleférico cruza un profundo valle para acceder a las ruinas, con una caída que quita la respiración. En sus más de 4 km de distancia, se salva un desnivel de 670 metros. Todas las cabinas son acristaladas, por lo que tienes unas vistas privilegiadas del entorno. El trayecto dura alrededor de 20 minutos.

«Disfrutando» de las vistas y con el vértigo bajo control.

Cada cabina tiene capacidad para 8 personas. Una vez dentro, todos íbamos en silencio mirando el paisaje, unos disfrutando y otros controlando todos los esfínteres para que no se te escapase ningún líquido corporal. La cabina es muy segura y no hacía ningún movimiento brusco ni se balanceaba, aunque estábamos suspendidos a una gran altura. Eso sí, yo rezaba para que a la Pachamama no le diese por mover ni una pequeña brisa de aire, porque en ese caso no iba a ver esfínter que lo aguantase.

Vista de una de las cabina del teleférico suspendida sobre el valle.

Una vez que llegamos a las alturas, nuestro guía nos reagrupó y nos fuimos andando por un sendero hasta las ruinas. Es necesario andar despacio porque estábamos a 3100 metros de altura y es muy fácil fatigarse. Al acercarse al complejo, lo primero que llama la atención es la imponente muralla que rodea la ciudadela, está hecha toda ella de bloques de piedra tallados, alcanzando más de 20 metros de altura en alguno de los puntos.

Vista de una de las secciones de la muralla de la ciudadela de Kuélap.

El guía nos indicó en el horizonte unas montañas en las que se suponía se encontraban las canteras desde donde trajeron los bloques para la muralla. Qué mérito tenía traerse todas esas piedras hasta este picacho para construir la ciudad. Desde luego que la gente en la antiguedad no veían dificultades y hacían obras de ingeniería donde hiciese falta. La forma ondulada de la muralla y la adecuada colocación de los bloques de piedra por tamaños, estaba perfectamente diseñado para que aguantase los frecuentes movimientos sísmicos que ocurren en Perú. De hecho, después de más de 600 años, ahí sigue en pie la impresionante muralla.

Ni los terremotos han podido con ella.

La ciudadela sólo cuenta con tres accesos en la muralla que van estrechándose hasta alcanzar una anchura en la que no puede pasar más de una persona a la vez, un ingenioso sistema para proteger la ciudadela.

Una de las entradas angostas de la ciudadela.

Una vez dentro del complejo se pueden ver los restos de más de 400 casas con base circular, construcciones típicas del pueblo Chachapoyas. En su mayoría no presentan decoraciones, excepto algunas que tienen filigranas en zig-zag y otras con rombos, posiblemente pertenecientes a personas de mayor rango.

Detalle de la decoracion de una de las casas de la ciudadela.

Muchas de las casas aún conservan la piedra donde sus habitantes molían el maíz y las “cuyeras”, unos tubos construidos con losas de piedra dentro de las casas para criar cuys (cobayas). La versión andina de nuestras conejeras. Éste adorable roedor era una de fuentes importantes de proteína de los pueblos andinos y aún se sigue comiendo, doy fe de ello (ver entrada anterior).

Vista del interior de una de las casas con la piedra para la molienda y la «cuyera».

Las construcciones de las casas están desperdigados entre los árboles, dándole a todo el complejo un aire místico de las ciudades perdidas que aparecen en las películas. También se encontraban unas cuantas llamas pastando a sus anchas entre los muros, dándole un especial toque andino a este yacimiento arqueológico.

En cualquier momento va a aparecer Angelina Jolie a lo «Tomb Raider».

Durante el recorrido destacan dos construcciones. La primera es el “torreón”, un puesto de vigía situado en uno de los extremos del complejo. En esta zona se habían encontrado proyectiles para ser lanzados con honda. Aparentemente, estas bolas de piedra pulida estaban destinadas a rituales en los que eran lanzadas al cielo, con la intención de conseguir el beneplácito de los dioses.

Vista del torreón.

El otro edificio emblemático es el “tintero”, una construcción en forma de cono truncado invertido que parece que era utilizado para la realización de sacrificios animales y la entrega de ofrendas a los dioses.

Vista del «Tintero»

En todo el complejo están haciendo muchos trabajos de restauración, posiblemente  con la intención de fomentar el turismo en la zona, de ahí la inversión en el teleférico. Como suele pasar en la mayoría de las excursiones organizadas fuimos demasiado deprisa, especialmente en la parte final de la visita, para poder regresar antes del horario de cierre del teleférico. Lo cierto es que me quedé con las ganas de haber estado más tiempo en las ruinas.  Leí luego en la “Lonely Planet” que existe la posibilidad de pasar la noche en las inmediaciones en algunos hospedajes básicos, por lo que quizá no sea una mala opción para poder disfrutar de las ruinas durante más tiempo y con menos turistas.

Microbiólogo kuelapeño.

Tras otros 20 minutos de férreo control de esfínteres en las alturas y un viajecito en autobús, llegamos al embarcadero del teleférico. De ahí nos fuimos a comer al mismo sitio donde habíamos desayunado. Después continuamos viaje hacia Chachapoyas, pero cuando llegamos a la carretera principal estaban asfaltándola y la tenían cortada. Los obreros nos dijeron que no nos dejarían pasar hasta las 6 de la tarde. Así que nos quedamos en el bar restaurante del cruce durante un par de horas. El sitio tenía un jardín muy agradable y allí nos quedamos hablando de lo mundano y lo divino alrededor de una botella de Inca Cola, empalagoso y con su color amarillo radiactivo a partes iguales.

Detalles de los frisos que decoran dos de las casas de Kuélap.

Sobre las 17:30 la gente ya estaba poniéndose nerviosa y los diferentes grupos que nos habíamos quedado ahí estancados empezamos a subirnos a los combis para poder salir los primeros. Había gente que necesitaba regresar a Chachapoyas para no perder el autobús o el avión para continuar su viaje. Estábamos todos ahí esperando la bajada de bandera como si fuese la salida del Gran Premio de fórmula uno. Tras presiones y negociaciones varias los obreros abrieron la carretera un poco antes de la hora fijada y pudimos llegar a Chachapoyas sin más problemas.  

Ruinas entre los árboles.

Para mí también iba a ser el último día en esta ciudad que tanto me había sorprendido. Para celebrarlo, me fui a cenar esa noche a otra de las instituciones de la gastronomía peruana, las pollerías. Son sitios en los que el plato principal es el pollo asado. Aunque pueda parecer extraño que algo tan corriente pueda llegar a ser algo excepcional, hay que decir que cada pollería tiene su receta secreta para adobar el pollo y asarlo en su punto justo, convirtiéndose en un plato digno de un restaurante con estrella Michelín.

Detalle de una de las zonas fortificadas de la ciudadela.

Aquella noche me fui a la pollería “El Tizón” (ver sitio web) y como tenía hambre me pedí medio pollo con patatas, pensando que los pollos de Perú son como los europeos. Cuando la camarera apareció con un plato, que tenía lo que me pareció medio cóndor andino enterrado en una montaña de patatas, fui consciente de mi error. Los pollos que tienen aquí, no son como los escuálidos pollos españoles que los crían en 3 semanas. No pude terminarlo, con la rabia que me da dejar comida. En fin, para aprender, perder.

Aquí jugando a la ruleta amazónica, que chupito me tomo primero.

Para bajar la cena me fui a por un bajativo y cumplir con otra de las especialidades de las ciudades de la selva, los licores. Tanto en Chachapoyas como en Tarapoto son famosos los licores hechos a partir de cualquier hierbajo, raíz o fruta que te puedas imaginar. Me acerqué a un local que se llamaba “Licores La Reina” (ver sitio web). Tenían una variedad enorme de chupitos y un patio superagradable para pasar un buen rato. Aunque el precio de los chupitos era irrisorio, no quería jugármela, ya me veía como en la peli de “Resacón en las Vegas”. Al final me decidí por dos de origen frutal, uno de “Aguaymanto” y otro de “Poro Poro”. No estaban malos, pero donde esté mi pacharán o un orujito de hierbas, que se quiten estos beberizos amazónicos.

Paseando con nostalgia por las calles de Chachapoyas con un par de chupitos en el cuerpo.

Con el último sorbo del chupito se terminaba otro capítulo de mi viaje, pero nuevas aventuras me esperaban a la vuelta de la esquina. Perú es un no acabar.

Si os ha gustado esta historia y queréis seguir leyendo más aventuras de mis viajes suscribiros al blog del Microbiólogo Viajero.  Podéis hacerlo al final o en el lateral de esta página.  Gracias por leerme.

8 comentarios sobre “Kuélap, la ciudadela entre las nubes

  1. La verdad es que las ruinas están de… PM y con muy poco gente seguramente empiece a cambiar ahora con las reconstrucciones y en un añito no hay quien entre vamos a tener que visitar Perú cuanto antes . A parte con esos nombres y palabros tan divertidos ¿donde es la siguiente parada? Con ganas de seguir conociendo besazos

    1. Machu Pichu y Kuélap son impresionantes cada una en su estilo, es como decir a quien quieres más, si a papa o mamá. Yo creo que os lo digo cada semana, buscar vuelo baratito a Lima y a descubrir Perú que es la leche. Pues mi proximo destino es Cajamarca, un sitio asociado a la historia de los conquistadores españoles. Ahora el trabajo me quita tiempo para escribir, pero a ver si voy cogiendo ritmo de nuevo. Muchas gracias por vuestros ánimos y por seguir leyéndome.

  2. Qué pinta tienen¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Creo que debe ser más auténtico que Machu Pichu. Que gusto debe ser poder viajar con tiempo para emplear..Como dice una amiga común tú viajas despacio, qué suerte¡¡¡¡¡¡¡¡¡

    1. Gracias Luís por leerme. Kuélap es un sitio muy bonito y muy poco conocido. Teneís que volver a Perú y recorreros el norte del país que no tiene desperdicio. Lo de viajar lento era el año pasado ahora ya me he vuelto a las velocidades de la vida moderna. Un abrazo.

  3. Tengo que decir que hacia algún tiempo que no tuvé el Trump para leirte, que error !! Pasé un momento muy divertido y sonando a la vez, como siempre. Gracias por siguiendo compartir

    1. Gracias Celine! No te preocupes, siempre puedes leer los post anteriores en el blog. Me alegro que te hayas divertido con mis historias, el feedback es muy importante para seguir escribiendo. Te lo agradezco mucho. Un beso y Feliz Navidad.

  4. Teleférico de 20 minutoscreo que es el único que hay en Peru, para que entre vértigo a quien no lo tiene. Las vistas deben ser impresionantes pero efectivamente es para perder el control de todo el cuerpo si la cabina zozobra. Me pregunto como lograrían subir tantas piedras hasta allí, es impresionante el complejo que montaron. Muy chulo todo lo que nos has enseñado de Chapapoyas, realmente merece la pena. Buena semana¡¡

    1. Hola Bea!, Eres siempre mi lectora mas tempranera. No me había levantado esta mañana y ya tenia un like tuyo, muchas gracias.
      Chachapoyas no es muy conocido fuera de Perú, pero es uno de los destinos estrella de este país y por eso están haciendo todo lo posible por aprobechar el turismo. Yo no es que sea muy amigo de los teleféricos pero lo que más me impresionó es que estabamos los 8 dentro de la cabina en silencio, sin decir nada, por si acaso la cabina se meneaba, jejeje. En cualquier caso, como siempre, experiencias imborrables y maravillosas para compartir. Un beso y feliz semana.

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