Tahaa. Polinesia Francesa. Septiembre 2018.
El turismo es la principal actividad económica de la Polinesia Francesa, pero no es la única. La vainilla que se produce en Polinesia tiene reconocida fama mundial y sus perlas negras son una de las joyas más delicadas que puedes comprar, si eres de los que no te va la bisutería de mercadillo. Ambas cosas las puedes encontrar en la isla de Tahaa.
Tahaa es una isla muy poco poblada, de vegetación exuberante y vistas increíbles, que se encuentra a tiro de piedra de Raiatea. De hecho es muy sencillo visitarla en una excursión de un día desde esta isla, en la que puedes ver una plantación de vainilla, una granja de perlas y combinarlo todo con un par de inmersiones para hacer “snorkel”. Un plan perfecto, acuático y cultural.

Juanita, la dueña de la casa de Airbnb en la que me alojé en Raiatea (ver entrada anterior), me ayudó a reservar la excursión. Inicialmente iba a ir con una familia de la isla de Tahaa, pero al final como el tiempo estaba un poco inseguro y no salió grupo suficiente, tuve que cambiar de compañía turística. Juanita fue tan amable que le tenía que haber puesto un altar. Desde luego con mi francés no creo que hubiese llegado muy lejos. Además me acercó al puerto de Utuora en coche para empezar la excursión, después de tomar un desayuno a base de frutas, mermeladas tropicales y un café reparador.

Íbamos unos diez pasajeros en la excursión y nos dirigimos a Tahaa en barco. La mañana estaba un poco fresca y se escapaba alguna gota de lluvia. El capitán iba lanzando trozos de pan al aire para atraer a las gaviotas que nos seguían en el viaje. Justo antes de llegar a Tahaa, paró el barco y echó el ancla en una zona con baja profundidad. A continuación, el capitán nos invitó a que nos tirásemos al agua para hacer “snorkel”.

El capitán me dejó unas gafas de buceo y nos metimos en el agua. Nada más meternos empezaron a acercarse unos tiburones de arrecife. Son de unos dos metros de tamaño y no son agresivos. Están bastante acostumbrados a la presencia humana y te pasaban rozando. El capitán les lanzaba comida y en menos de 5 minutos teníamos a 20 tiburones alrededor del barco. Steven Spielberg estaría encantado de rodar otra secuela de tiburón aquí.

Fue toda una experiencia para un chico de secano como yo. Era como estar en una pecera gigante. Me sentía como Jacques Cousteau en los documentales que veíamos de niños mientras cenamos en casa. Como tengo barba, las gafas de buceo no me ajustaban bien y se me metía el agua dentro. Era bastante incomodo porque tenía que estar todo el rato quitándome y poniéndome las gafas, para vaciarlas de agua. Digo yo, que Jacques Cousteau sería menos patoso que yo.

Una vez ya en la isla nos acercamos a una de las plantaciones de vainilla. No lo sabía, pero las vainas de vainilla proceden de una orquídea. En Tahaa toda la producción es muy artesanal. Es necesario estar pendiente cuando se produce la floración y transferir manualmente el polen con un palillo. De esta forma puede producirse la polinización y obtener las vainas de vainilla. Luego se recolectan y se secan al sol con infinita paciencia durante varios meses. Todo un proceso. Después de esto, comerme unas natillas aromatizadas con esta especia ha adquirido una dimensión diferente.

Tras finalizar la visita a la plantación pasamos por la consabida tienda, con productos artesanales de mil tipos y colores a base de vainilla. Yo me compré 8 vainas de vainilla que transporté religiosamente durante los tres meses de mi viaje. Aunque estaban envasadas al vacío, el compartimento de mi mochila donde las guardé tenía un pestazo empalagoso a vainilla que olía a gloria, desde luego bastante mejor que mi compartimento de calcetines usados. No creo que batiese ningún “Guinness Record”, pero pasé las vainas de vainilla de estraperlo, como un vulgar traficante, por las aduanas y fronteras de cuatro países diferentes.

Después de una mañana de emociones intensas, entre escualos y mareados por la vainilla, paramos en un restaurante a deleitarnos con un buffet polinesio. Estaba incluido en la excursión. Tras descansar un poco visitamos una granja de cultivo de perlas. Nos recibió una mujer polinesia encantadora en el embarcadero de la granja. La señora vestía un traje colorido, llevaba una corona de flores y tenía una sonrisa de oreja a oreja ¿Os he hablado ya de la hospitalidad polinesia?

Nos hicieron una visita explicándonos el proceso para producir las perlas. Un ejercicio de paciencia infinita desde la cría de la ostra, la introducción del cuerpo extraño para que se genere la perla y la espera de varios años antes de que adquiera el tamaño adecuado. Como yo era el único español, tuve mi propia guía. A veces, ser el diferente del grupo tiene sus ventajas.

Los precios de las perlas no son nada baratos. Una perla de tamaño estándar y aunque no sea de las más perfectas, está sobre los 100 dólares. Dicen que trae mala suerte que las novias lleven perlas en su boda, porque su forma de lagrima no augura nada bueno en el matrimonio. Vamos, que con lo que cuesta yo también sería supersticioso, como para comprarse un collar. Esta vez, y sin que sirva de precedente, sí que contuve mis ansias consumistas.

La siguiente parada de la excursión fue el jardín de coral. En esta zona del arrefice hay una corriente de agua que entra desde el mar abierto y se cuela entre dos motus, trayendo la oxigenación y alimento suficiente a los bloques de coral. Sin pensarnoslo dos veces nos volvimos a poner las gafas de bucear, nos metimos en el agua y fuimos nadando entre el laberinto de coral hasta llegar al barco que nos esperaba al otro lado.

El coral no era tan bonito, como por ejemplo en Australia, pero había bastantes peces de colores. Lo disfrute bastante, aunque tuve el mismo problema de antes. Afortunadamente se podía hacer pie todo el rato, con lo que me resultaba fácil recolocarme las gafas y vaciarlas del agua que se metía dentro. El jardín estaba cerca de uno de estos hoteles que tienen los bungalós sobre el agua. Sí, esos en los que todos soñamos con poder pasar la noche alguna vez. Bueno, quizá pueda hacerlo la próxima vez que visite Polinesia.

Tras el último chapuzón recogimos nuestros bártulos y nos dirigimos a Raiatea. En el trayecto de vuelta pudimos disfrutar de la vista de Bora Bora. Me alegré un montón de llevar un chubasquero, porque aunque estaba soleado, cuando el barco cogió velocidad el aire era helador. Supongo que los que están acostumbrados a navegar saben que siempre hay que llevar un cortavientos a mano.

Lo que es la práctica, después de cambiarme el bañador varias veces con la toalla, haciendo equilibrios en un barco minúsculo, rodeado de 10 personas extrañas e intentando mantener la dignidad lo máximo posible, me estaba convirtiendo en un experto.

En fin, si sois adictos a las natillas o al helado de vainilla, habéis hecho una apuesta con alguien de que nadaríais entre tiburones sin morir en el intento y quieres ver como se producen las perlas de primera mano, no dejéis de venir a Tahaa. Puedo aseguraros sin temor a equivocarme que pasareis un bonito día de vino y rosas en esta isla.
La verdad es que está explicado de manera que es fácil hacerse una idea de lo que se va a encontrar uno por aquellos lares…muy bien¡¡¡¡
Muchas gracias. La verdad es que merece mucho la pena. Un beso.
No se si hiere,pero el viaje mental ya me lo he hecho con tus comentarios. Un abrazo y ha gozar chao.
Me alegra saber que te gustó mi entrada. El viaje mental mola y si alguna vez lo puedes hacer de verdad te va a gustar un montón. Un beso
Pues yo estoy deseando escuchar tus historias de Irán!!. Seguro que mejor que las mil y una noches. Un beso.