Raiatea. Polinesia Francesa. Septiembre 2018.
La Polinesia ocupa una vasta superficie del Pacífico, delimitado por el triángulo que forman Nueva Zelanda, Hawaii, y la Isla de Pascua. En este espacio se encuentran las islas de la Polinesia Francesa, Samoa, Tonga y Kiribati, entre otras muchas. Aunque todos estos sitios se encuentran separados por miles de kilómetros comparten cultura e idiomas parecidos, debido al origen común de las rutas migratorias que los colonizaron.

Los vuelos internaciones llegan todos a Papeete (Tahiti), pero esta ciudad es el sitio más feo de toda Polinesia. Lo bonito son visitar las otras islas del archipiélago. Para ahorrarte dinero en el salto de isla a isla existen unos pases aéreos de Air Tahiti. Comprando el pack correspondiente puedes visitar diferente grupos de islas (Sociedad, Australes, Marquesas, Tuamotu), eso sí, no puedes repetir isla. Si vas con el tiempo justo y no tienes mucha flexibilidad, te conviene comprar el pase y reservar los vuelos con tiempo, especialmente si vas a visitar Maupiti.

Raiatea se encuentra en el centro del triángulo de la Polinesia. Esta isla era el centro religioso en la que se reunían los sacerdotes y navegantes venidos desde los sitios más recónditos de la Polinesia. Los visitantes se juntaban en el complejo religioso denominado Taputapuatea Marae. Sólo es posible pronunciar correctamente este nombre a la primera si tienes genes polinesios.

En este “Vaticano” del Pacífico Sur se realizaban ofrendas y sacrificios a los dioses, y era un lugar donde se compartían conocimientos sobre navegación y sobre los orígenes del mundo polinesio. Yo aunque no era polinesio, sí que venía de lo más recóndito del planeta y me apetecía llenarme del misticismo de este lugar.

La Polinesia Francesa es un destino bastante caro, especialmente el alojamiento. Por eso, esta vez decidí utilizar la web de Airbnb para ahorrarme costes. En la Polinesia Francesa este servicio de alojamiento vacacional ha empezado a funcionar hace poco. La casa en la que me alojé en Papeete era bastante básica, pero los dueños, Yasmin y Eduard eran una pareja encantadora (ver sitio web).

Después de descansar del viaje transoceánico (ver entrada anterior), estaba preparado para conocer Polinesia. Yasmine me dijo que me hubiese venido a buscar al aeropuerto a mi llegada, pero por un lio con los correos electrónicos no nos coordinamos bien. Sin embargo, al día siguiente me llevó a las 6 de la mañana al aeropuerto para volar a Raiatea. Si fuese Madrid, ya puedes esperar sentado que no te llevan gratis cuando despunta el alba al aeropuerto ni Rita «la cantaora».

En menos de una hora de vuelo llegue a Raiatea y estuve esperando en el aeropuerto a que llegase Juanita (Jeannet), la dueña de la casa de Airbnb en el que estuve alojado tres noches (ver sitio web). Para protegerme del aguacero que estaba cayendo esperé tomado algo en la cafetería del aeropuerto. Me sorprendió ver un gallo que andaba merodeando entre las mesas y picoteaba las migas. En Polinesia los pollos y las gallinas son como las palomas en Europa, andan campando a sus anchas por todos los lados.

Como el tiempo no acompañaba mucho, estuve tomándome un café con Juanita y me instalé en su casa . Resultó que Juanita sabía hablar español y era una apasionada de España. Yo fui el segundo inquilino que tenía a través de Airbnb y me trató de maravilla. Ella y su marido Jean-Paul fueron unos anfitriones excepcionales. La casa estaba a 6 km del pueblo con un maravilloso jardín y un porche estupendo donde me servían el desayuno todos los días.

Todo en Raiatea va a una velocidad pausada y puedes empaparte de la tranquilidad isleña. Dado que uno de los objetivos de mi viaje era disfrutar de la tranquilidad, decidí descansar el resto del día en este ambiente tan agradable. Al día siguiente alquilé un coche para dar la vuelta a la isla recorriendo toda la carretera de la costa.

De nuevo Juanita me ayudó con el alquiler del coche y me acercó al concesionario. La isla era una maravilla, a cada curva de la carretera descubrías una bahía espectacular llena de una vegetación exuberante. Cada cinco minutos quería parar a sacar fotos y eso que el tiempo no me acompañó mucho. Eso fue una pena, porque la lluvia y el barro truncaron la posibilidad de que hiciese senderismo por la isla. Hay varias rutas hacia el interior de la isla que merecen la pena.

El tráfico era prácticamente nulo y podías parar con el coche donde querías sin problemas. Entre las vistas más bonitas estaban los motus (islotes de arrecifes de coral) con sus palmeras, que eran de lo más fotogénico.

También me llamaba mucho la atención las montañas tan altas que hay en la isla y de las que se veían caer cascadas por todos los lados cuando llovía. Debe ser mi condición de chico riojano de secano lo que me hace sentirme tan atraído por el agua.

Finalmente llegué a Taputapuatea Marae y lo visité. El recinto consiste en varias plataformas de roca volcánica al lado del mar. Dado el carácter religioso del sitio está prohibido subirse a las plataformas y bañarse en el agua. Es sorprendente que este sitio tan sencillo tenga una carga mística tan importante.


Lo cierto es que el sitio me pareció que tenía mucho encanto, aunque no sentí una energía especial, ni se me apareció ninguna divinidad polinesia, ni tuve una iluminación trascendental sobre mi futuro, ya me hubiese gustado a mí. Lo que si había por todos los lados era multitud de cangrejos de tierra y como no los había visto nunca me fascinaron. Estos crustáceos son muy abundantes en todas las islas de la Polinesia y se puden ver fácilmente en los arcenes de la carretera.

Cerca del complejo religioso había una minúscula playa y aquí sí que se podía uno bañar. Esta vez invertí un poco más de tiempo en embadurnarme de protector solar, porque ya con haber hecho el «panoli» una vez estaba bien (ver entrada anterior). Quería estar seguro de recibir el bautismo del misticismo de Raiatea, pero dejar a un lado las quemaduras de segundo grado.

Despues de ponerme a remojo, me entró hambre y paré por casualidad en el Hotel Opoa Beach (ver sitio web), que está a unos kilométros pasado Taputapuatea Marae. Este hotel tiene unos bungalows preciosos al lado de la playa. El restaurante del hotel tiene mucho encanto y está decorado con mucho gusto. En el sitio era necesario entrar descalzo, aunque tenía un aspecto lujoso, para evitar que se llene de la arena de la playa. Menos mal que venía con los pies recién lavados y purificados de un sitio tan místico. Si es que hay que estar siempre preparado para quedarte descalzo (ver entrada anterior).

Me pedí un cóctel de mango y un “poisson cru”, versión polinesia del ceviche hecha con leche de coco. Es un plato típico que se encuentra en muchos restaurantes de la Polinesia francesa. La comida no fue barata pero la verdad es que mereció la pena. Después de comer paseé por el embarcadero privado del hotel y disfruté un rato de las vistas y colores del mar.

Luego continué recorriendo la carreta que bordea la isla y terminé en el puerto deportivo de Uturoa, con sus bonitos barcos y disfrutando de un batido en la terraza del restaurante del puerto. Se veía al fondo la isla de Bora Bora. Es curioso que durante todo mi viaje viera esta isla desde diferentes ángulos, pero nunca llegue a visitarla. Siguiendo el consejo de mi amiga Anja y también de Juanita, elegí visitar Maupiti en vez de Bora Bora. Esta última es más turística, exclusiva para gente con pasta y ha perdido parte de la espontaneidad de la cultura polinesia. No me arrepentí de mi decisión.

Al final del dia, después de dejar el coche, regresé a casa de Juanita haciendo dedo. Después de dos días por la Polinesia Francesa le estaba cogiendo gustillo a este sistema de transporte. Había comprado algunos víveres en el pueblo, porque iba a ser fin de semana y todo el pueblo iba a estar cerrado.

Compartí mis víveres cenando con Juanita y su marido, mientras hablamos de sus aventuras navegando por el Pacífico, como habían terminado en Raiatea y como Jean Paul se había convertido en armador de barcos. Por mi parte, intenté explicarles que hacía un microbiólogo como yo haciendo un viaje como este. En fín, un final maravilloso para otro día intenso en la Polinesia.
Que buena pinta tiene, pues lo de conocer Bora Bora, a mi se me hubieran puesto los dientes largos al tenerla a un tiro de piedra 🙂 pero estoy contigo en que la experiencia de ir a un sitio más auténtico y poder interactuar con la gente es también lo mejor que tienen los viajes, que envidia me estás dando porque este recorrido alguna vez quiero hacerlo:)
Si, Polinesia es un sitio que merece la pena conocer una vez en la vida. Es un sitio que era muy aislado y desde luego no es barato, pero se puede intentar coger vuelos con tiempo y alojarse en Airbnb para reducir costes. Besos.