Un paseo en bicicleta por Raiatea

Raiatea. Polinesia Francesa. Septiembre 2018.

RaiateaDespués de dos días disfrutando de Raitaea y Tahaa (ver entradas anteriores) era tiempo de cambiar de isla. Sin embargo, mi vuelo hacia Maupiti era por la tarde y todavía tenía una mañana entera para poder disfrutar de Raiatea. Juanita me sugirió que me diese una vuelta en bicicleta y subiese al Monte Tapioi para disfrutar de las vistas. Siempre es bonito desplazarse a diferentes velocidades para apreciar las cosas desde distintas perspectivas.

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Embarcadero en una de las bahías de Raiatea.

Antes de empezar mi paseo en bicicleta, disfruté del último desayuno en el porche. El gato de la vecina le encantaba pasar mucho tiempo en la casa de Juanita. Como el resto de los polinesios, el gato era muy agradable y sociable, aunque cuando estaba en casa no te dejaba ni a sol, ni a sombra.

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Paseo marítimo de Uturoa.

Después de desayunar me fui al baño a tener mis 5 minutos de gloria. Afortunadamente soy de los que no pierdo mi regularidad cuando estoy fuera de casa. Aquella mañana cuando estabas meditando en el WC, el gato entró por el tejado del baño y se pudo a mi lado ronroneando y exigiendo su ración de carantoñas. En ese momento me di cuenta que tanto cariño puede crisparte los nervios, por muy gato polinesio que seas.  Así que me lo quité de encima, lo mejor que pude, intentando no herir su sensibilidad.

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Momento Zen con gato polinesio.

Tras asearme, terminé de empaquetar mi mochila y me fui de paseo con la bicicleta. Hacía un día muy agradable y era muy relajante moverte en este transporte por una carretera con tan poco tráfico. Desde la carretera se veían multitud de cangrejos de tierra, que se escondían en sus madrigueras cuando pasaba a su altura. En el camino se veían pequeñas bahías llenas de cocoteros, con los motus (islas de arrecife de coral) al fondo y casas escondidas entre la espesa vegetación tropical.  Si hubiese llevado de banda sonora unas cuantas canciones de Bob Marley, hubiese sido un momento perfecto.

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Motus desde la costa de Raiatea.

En uno de los cruces me encontré con una cabina de teléfonos abandonada. Sí, hubo un tiempo en que la gente cuando necesitaba llamar a otra persona se metía en estos espacios mínimos, introducía unas monedas y marcaba el número en un teclado para hacer una llamada telefónica. Habrá mucha gente joven que esto le estará sonando a chino, pero sin las cabinas telefónicas Superman no hubiera podido ponerse su super-traje y José Luis López Vázquez no hubiese hecho uno de los cortos más angustiosos de la historia del cine (ver corto). Viendo ahora este cubículo del pleistoceno cubierto de hierba, me parecía que estaba en un paisaje post-apocalíptico. Lo que han cambiado las cosas.

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En Raiatea no parece que usen mucho las cabinas de teléfono.

Después de un rato llegué a Uturoa, el pueblo es pequeñito y no tiene muchos atractivos. Me acerqué a la zona del puerto en el que estaban arreglando el paseo marítimo. Había grafitis muy chulos y una casa estupenda pintada de mil colores. En el centro del pueblo había un mercado de verduras y productos locales, con puestos de bonitos recuerdos en la segunda planta. Aproveché para comprarme un bocata gigante para recargar las pilas.

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Los decoradores de Raiatea son muy coloridos.

En el pueblo también fui a la farmacia para comprarme un bote de vaselina. Quería utilizarla para ponérmela en la barba y que las gafas de buceo ajustasen mejor. Una pena no haber tenido una cámara de video para grabar la cara de la farmacéutica. Intentar explicarle que quería la vaselina para hacer “snorkel” usando lenguaje corporal, fue toda una odisea. Continué mi ruta en bicicleta y visité la sencilla iglesia evangelista de Uturoa, que estaba a las afueras del pueblo. El bonito tejado rojo de este edifico contrastaba con el verde del monte Tapioi, que se encontraba detrás de la iglesia.

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Vista del Monte Tapioi

El monte Tapioi tiene 294 metros sobre el nivel del mar y su ascensión es un paseo muy sencillo que no necesita guía. Está era la única ruta que podía hacer. La lluvia de los últimos días había dejado impracticable el resto de las sendas de Raiatea por el barro. 

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Vista de los motus con turista checo.

Cerca del monte tuve un percance porque crucé un canal en el que había una rejilla estrecha, en la que escasamente pasaba la rueda de la bicicleta. Me puse nervioso y al parar la bicicleta metí la pierna dentro de la rejilla. La verdad es que podía haberme roto la pierna, pero al final sólo fue un rasguño en la espinilla. Supongo que toda la corte celestial de dioses polinesios me estaba protegiendo después de mi visita a Taputapuatea Marae (ver entrada). Seguí las instrucciones de Juanita, aparqué la bicicleta cerca del comienzo de la ruta de ascensión y empecé la caminata.

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Panorámica desde Raiatea. Orgía de azules con turista checo.

La subida de una hora mereció la pena. Desde arriba se veía la laguna y el arrecife de coral que rodea Raiatea y Tahaa. Las vistas son impresionantes. Estuve sentado casi una hora extasiado viendo el mar y las islas que se divisan desde el monte. En todo el rato que estuve allí sólo apareció un turista, que era checo. Estuvo 5 minutos, saco unas fotos y se marchó. A veces pienso que estamos más pendientes de ver las cosas a través de un objetivo que con nuestros propios ojos.  Bueno, no voy a ser tan crítico que a veces yo también lo hago. Eso sí, intento hacerlo cada vez menos.

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Disfrutando de las vistas pero con la espinilla en carne viva.

Creo que una de las cosas más bonitas de Polinesia es ver todos los tonos de azules que tiene el mar (ver entrada anterior). Puedes pasarte horas deleitándote con el paisaje. Tanto fue así que me despisté y se me hizo tardísimo. Tuve que bajar a la carrera del monte y regresar a casa de Juanita volando con la bicicleta. Tuve el tiempo justo para tomar una ducha y Jean Paul, el marido de Juanita, me llevó al aeropuerto.  Una vez más les tengo que dar mil gracias por esos tres días que pasé con ellos y en los que me trataron genial. Viva la hospitalidad polinesia. Cuando llegué al aeropuerto pude apreciar lo bonito que era el edifico, arquitectura polinesia en estado puro. El día que llegué estaba lloviendo y no había podido verlo bien.

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El bonito aeropuerto de Raiatea.

Me quedé esperando mi vuelo pensando en todas las cosas que había hecho en los últimos tres días. Estaba triste por dejar una isla tan bonita, un poco dolorido por el rasguño tan feo de mi espinilla y con la esperanza de que el gato de la vecina de Juanita encontrase un turista que le hiciese más caso que yo.  También estaba emocionando pensando en como sería Maupiti. Seguro que iba a ser otro sitio espectacular, como así fue.

6 comentarios sobre “Un paseo en bicicleta por Raiatea

  1. Me alegra mucho saber que te he arrancado una sonrisa con mi historia. La verdad es que había pocos turistas en las islas y se podía disfrutar mucho. Si puedes ir a Polinesia estoy seguro que te enamorará. Un beso y muchas gracias por seguirme.

  2. jejeje, si que la escena del bano es «unica» ! :)) tienes tu estilo para contar las cosas, sigue tu camino, sin cambiar nada 🙂 besos

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