
Las ruinas de Pisac se encuentran a 33 km de Cusco. Este impresionante sitio arqueológico se sitúa en la cima de un monte, a unos cientos de metros sobre el Valle Sagrado de los incas. Las ruinas de Pisac constan de una ciudadela fortificada, un centro espiritual con varios templos y unas imponentes terrazas agrícolas que se extienden por toda la falda de la montaña. A los pies del monte se sitúa el pequeñito y encantador pueblecito de Pisac.
Pisac es el Sangri-La andino y atrae como un imán a multitud de expatriados en busca de lo espiritual, entre los que destacan: amantes del yoga y de la vida sana, personas que quieren hacer viaje interiores o a otros mundos, bajo la influencia de drogas como la ayahuasca o el cactus alucinógeno de San Pedro y en general, “perroflautas” y amantes de lo “New Age”

La presencia de toda esta fauna peculiar y su gran mercado indígena, hacen de Pisac un lugar pintoresco para pasar al menos una noche. Los grupos turísticas organizados pasan rápidamente por las ruinas de Pisac y paran poco tiempo en el pueblo, por lo que Pisac es un lugar tranquilo en el que descansar de toda la vorágine turística inca y un paraíso para el viajero independiente.

Después de mi horrorosa experiencia del día anterior haciendo el circuito del “SUPER-VALLE” (ver entrada anterior), me amotiné y pasé la noche en Pisac en el Hotel Kinsa Ccocha Inn (ver sitio web). Un alojamiento sencillo y de precio económico, con un bonito patio interior con higuera incluida y situado cerca de la vibrante plaza de armas.

Visita a la ruinas de Pisac
Las ruinas de Pisac son bastante amplias y es necesario unas dos horas y media para subir hasta la ciudadela y una hora y media para bajar. Una buena opción es pagar un taxi para que te suban hasta donde llegan todas las excursiones organizadas. Luego puedes regresar al pueblo cruzando todo el sitio arqueológico en un sencillo camino cuesta abajo. El día anterior había terminado tan harto del circuito organizado, que no tenía ni fuerzas para regatear con los taxistas. Así, que como tenía tiempo decidí hacer toda la excursión por mi cuenta e hice la versión más dura de la visita a las ruinas de Pisac. Sin embargo, no me arrepentí.

El camino hacia las ruinas de Pisac parte de la plaza de armas y asciende por una cuesta con escaleras hasta alcanzar la entrada del parque. En una de las casetas estaba el guarda al que enseñé el boleto turístico (ver sitio web), que incluye la entrada a las ruinas de Pisac. El boleto es válido para 10 días y se puede usar una única vez en cada una de las 16 atracciones incluidas en el precio. Se puede pedir un mapa al guarda del recinto para ayudarte con la planificación de la visita.

Ascensión por las terrazas agrícolas
El camino iba serpenteando monte arriba cruzando infinidad de terrazas agrícolas. Aunque el camino a veces se bifurcaba, no existe problema porque siempre hay que seguir hacia arriba. Los incas eran fabulosos agricultores y moldearon las montañas para poder poner sus cultivos. Además, cada terraza estaba canalizada para que el agua fuese cayendo de una a otra. Para poder moverse entre las terrazas construyeron escalones de piedra que sobresalían de la pared, toda una lección de arquitectura y aprovechamiento de espacios.

Después de media hora subiendo, estaba ya en apnea. En esos momentos pensé que mi soberbia de viajero independiente me iba hacer sacar un pulmón por la boca y dejar los poros de mi piel más limpios que la patena. Sin embargo, las vistas del valle sagrado eran increíbles. A medida que ascendía por le monte cruzaba puestos de vigilancia que protegían la ciudadela. Finalmente llegue a la fortificación más alta, donde me senté y me comí unos frutos secos que había comprado en el mercado la tarde de antes. Tenía el Valle Sagrado a mis pies, era impresionante.

Los templos de las ruinas de Pisac
De aquí me dirigí hacia el centro espiritual de las ruinas de Pisac. Desde un mirador podría verse una panorámica de los templos. Aquí no había prácticamente turistas y estuve esperando a que el pequeño grupo que había se fuese para poder explorar las ruinas a mi aire.

En esta zona se agrupan diferentes templos, entre ellos el dedicado al agua en el que existen fuentes y canales por los que corre el agua. En uno de los edificios se encontraba la piedra Intihuatana, que gracias a su orientación hacía las veces de calendario, permitiendo a los incas conocer el comienzo de las estaciones tan necesario para realizar las siembras de los cultivos.

A partir de aquí, el camino asciende hasta la punta de un peñasco en el que existen algunas edificaciones. Para subir hay que pasar un estrecho túnel y finalmente se alcanza un mirador desde el que se puede ver todo el complejo arqueológico.

Zonas urbanas y militares
Siguiendo el camino por las ruinas de Pisac, este desciende hacia otro grupo de edificios que correspondía a la zona militar. En la pared del otro lado de la quebrada se veía el antiguo cementerio inca. Es curioso, pero todas las tumbas están agujereadas por los huaqueros (saqueadores de tumbas) que buscaban los objetos de valor que se hubiesen enterrados junto a los difuntos.

Un poco más adelante se encontraba una de las zonas urbanas del complejo y las impresionantes terrazas agrícolas que cubren toda la ladera de la montaña. Aquí es donde llegan los circuitos turísticos organizados, pero con el poco tiempo que les dan no pueden más que sacar unas fotos en la zona y andar por los edificios cercanos. Una pena porque se pierden el resto del complejo arqueológico que es increíble.

Tras deleitarme con las panorámicas, regresé al pueblo en un agradable paseo entre las terrazas y parando en otros grupos de edificios. Cada paso era una sorpresa. En todo el camino no me cruce más que con unas pocas personas. Me sentía como si yo hubiese sido el primero en descubrir estas fantásticas ruinas.

Parada a comer
Después de mi día de Indiana Jones y de vuelta al pueblecito de Pisac era hora de recuperar fuerzas y me acerqué al Horno tradicional de San Francisco, que está situado cerca de la Plaza de Armas. Este sitio se encuentra en un patio y prepara panecillos para los turistas. Encima del horno tienen las figuras de los toritos de Pucará que son un símbolo protector, de felicidad y fertilidad. Esta figurillas pueden también verse en muchos de los tejados de las casas.

Después de la paliza arqueológica, necesitaba algo más que un panecillo, así que me senté en un restaurante del patio donde estaba el horno. Me pedí una cerveza y por tercera y última vez en mi viaje por Perú, me metí un cuy (cobaya) al horno para el cuerpo. La dueña del restaurante era una barcelonesa que me estuvo contado su vida y los avatares que la había hecho terminar en este simpático pueblecito. La gente es que tiene vidas muy interesantes.

De compras por el mercado de Pisac
Después de haber visitado las ruinas de Pisac y degustado un plato típico andino, no podía dejar de darme una vuelta por el mercado de Pisac. Sé que no tenía mucho espacio en la mochila y todavía tenía un mes y medio de viaje por delante. Pero es que estaba sólo en el mercado y podía estar curioseando a mis anchas sin que nadie me molestase.

Cuando estaba en el mercado se me acercó una mujer que llevaba puesto su traje típico tradicional y llevaba su niño a la espalada y un cordero. Quería que le diera dinero para que me sacase una foto con ella. Yo no soy mucho de dar dinero por estas cosas, pero al final me pareció de lo más pintoresco y colorido, así que le dí unos soles y saque la foto. Al fin y al cabo todo el mundo intenta ganarse la vida lo mejor que puede. No era la única, 20 metros más adelante vi a una pareja de mujeres con alpacas, pero ya me pareció demasiado.

En uno de los puestos me encapriché de un rompecabezas de piedra (30 x 20 cm) que formaba la famosa piedra inca de 12 ángulos de Cusco (ver entrada). Desde luego cargar con piedras no es la mejor opción si tienes que llevarlas en una mochila repleta. En fin, en el puesto no estaba la dueña y lo estaba atendiendo el del puesto vecino. Como me veía interesado me preguntó que cuanto quería pagar y entonces pensé en ofrecerle una ridiculez para que me dijera que no podía vendérmelo. Efectivamente, me dijo que era muy poco dinero. Deje el puesto y me fui felizmente calle abajo regocijándome con el éxito de mi argucia.

Desgraciadamente a los 5 minutos oí en la lejanía que una señora me llamaba, era la dueña del puesto y me decía que sí que me las vendía a ese precio. Por lo visto no era tan ridículo lo que le ofrecí. Así que tuve que volver para comprar las piedras y cargarlas mes y medio en la mochila hasta que regresé a España. Cuando llegué a La Rioja se las regalé a un amigo mío, que no sé si le hicieron mucha ilusión o no. En fin, es que tengo alma de buhonero que le vamos a hacer.

Última noche en Cusco
Con pena en el corazón, yo y mi bolsa de piedras dejamos las maravillosas ruinas de Pisac. Monté en la mini furgoneta que hace continuamente el trayecto Pisac-Cusco junto con otras 10 lugareños y en menos de una hora nos plantamos en la capital inca.

De camino al Hotel Suecia II (visitar web) donde me alojaba, entré en la primera peluquería que encontré. Decidí que era hora de cortarme el pelo, con estos flequillos no quería que me confundieran con una alpaca. Enseguida entré en conversaciones profundas con mi estilista peruano. Tras contarle lo emocionado que estaba con la cultura inca, empezó a contarme historias de extraterrestres y alienígenas que traían tecnología a los pobladores incas. No creo que el corte de pelo sea de los mejores que me han hecho, pero sí que lo calificaría como de una “trasquilada en la tercera fase”.

Como broche de oro a estos días arqueológicos y la inmersión en la cultura inca me merecía una cena en un buen restaurante. Siguiendo los consejos de mi divina Lonley Planet dirigí mis pasos al restaurante Morena Peruvian Kitchen (ver sitio web). Me pedí unos anticuchos y de postre un chocolate con churros, todo bañado con un par de pisco sours. Todo buenísimo y con una presentación impecable.

Antes de volver al hotel di la última vuelta por la encantadora Plaza de Armas para despedirme de la ciudad. Ya en el hotel preparé la mochila y busqué algún hueco para poner las piedras de marras. Por un momento miré la papelera con lascivia, pero luego pensé que los buhoneros no hacen eso. Después de cerca de 10 días en los alrededores de Cusco abandonaba el imperio inca para viajar al corazón del Amazonas. Pero esa será otra historia.

Pisac. Perú. Noviembre 2018.
Si os ha gustado esta historia y queréis seguir leyendo más aventuras de mis viajes por esos mundos de dios, suscribiros al blog del Microbiólogo Viajero. Podéis hacerlo al final o en el lateral de esta página. Gracias por leerme.
Buenisimo lo de la trasquilada…lo que me he reido
Ana
Me alegro que hayas terminado el día con una sonrisa. Un beso.
Mereció la pena tu caminata por Pisac, que lugar tan chulo¡¡¡ no lo conocía¡¡ las fotos son espectaculares. Al final voy a pensar que te aficionaste al cui, de todas las veces que te lo comiste, aghh¡¡ jejeje eso si, el último día para reponer fuerzas te pusiste fino:) La foto de la señora con el corderito y sus competidoras, es total, me ha faltado la foto de un buhonero viajero al estilista de encuentros en la tercera fase:) Besos otra semana menos que nos queda¡¡
Soy sacrificado pero cuando hay que mover el bigote me vuelto todo un sibarita. Lo tenía la foto de buhonero, pero confirme iban pasando las semanas mi mochila era un poema.un beso y a descontar otra semana.
y cuando sueltas esa mochila con esas piedras, qué bien te quedas, eh?
y ese chocolate servido en platillo, así me lo servía mi madre, pero en plato más grande Duralex, así se templaba antes y no llegaba tarde a la escuela, que recuerdos me ha traído!!!
Un abrazo, hasta la próxima aventura!!
Que bien que te haya gustado y te haya recordado tu infancia. Pues ya sabes que bien es lo de dejar la mochila y andar ligero, pero es que lo llevo en los genes. Buhonero hasta la muerte. Un beso y hasta la próxima semana.