La Isla de Pascua y mis primeros moais

Hanga Roa. Chile. Octubre 2018.

isla de pascuaLa Isla de Pascua pertenece al vasto conjunto de islas desperdigadas por todo el Pacífico que forman Polinesia. Esta isla chilena se encuentra en mitad de la nada a 3.700 km de la costa continental americana. La isla fue descubierta el día de Pascua de Resurrección de 1722 por los holandeses y de ahí su nombre. Lo de descubrir es un decir, porque fueron los polinesios los que llegaron aquí cinco siglos antes. Para cuando aparecieron los europeos, el pueblo polinesio rapanui ya tenía el culo pelado de construir moais y matarse entre ellos. Ya se sabe que los europeos tenemos este ego que nos caracteriza y que hasta que no llegamos nosotros no se descubre nada.  Da vértigo pensar como los polinesios fueron capaces de navegar en sus embarcaciones más de 4.000 km y dar con esta isla minúscula de 164 Km cuadrados. Se ve que a los polinesios se les da bien buscar agujas en el pajar. Parece ser que la isla pasará en breve a denominarse Rapa Nui y finalmente se dará a los polinesios el crédito que se merecen.

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Pues creo que tengo el mismo perfil que el moai, no?

La Polinesia Francesa está conectada los martes con la Isla de Pascua mediante un vuelo semanal operado por LANTAM. Este es el vuelo que tomé para abandonar Tahiti y dirigirme a la siguiente etapa de mi viaje. Salimos de madrugada y después de las cinco horas de vuelo aterrizamos en Hanga Roa, capital de la Isla de Pascua. Todavía con la legaña en el ojo esperé pacientemente para cumplir con los trámites de inmigración. Mientras hacía cola aproveché para comprar el pase para visitar la isla, porque prácticamente toda ella es un Parque Nacional. La entrada cuesta 80 dólares americanos y es válida para 10 días.

Llegada
Y luego dicen que no hace ilusión que te regalen flores…

Después de recoger mi mochila, me dirigí a la salida donde me estaban esperando para llevarme al camping Mihinoa (ver aquí). Me pusieron un collar de flores como gesto de bienvenida haciéndome el mochilero más feliz de este planeta, igual que en Maupiti (ver entrada anterior). Ésta era la prueba de que seguía en Polinesia aunque todos los locales hablaban español.  Nos fueron agrupando en el jardín del aeropuerto mientras salían todos los turistas que iban a Mihinoa. Mientras esperaba, me tumbé en la hierba y disfruté del sol en un estado de duermevela, hasta que nos metieron en una furgoneta y fuimos para el camping. En el camino nos dijeron si queríamos parar en el banco para utilizar los cajeros automáticos.

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Oráculo de Delfos. Precursor de los cajeros automáticos, donde los antiguos venían a conocer los caprichos de los dioses. Fuente: Revista Esfinge.

En la antigua Grecia estaba el Oráculo de Delfos que era visitado por multitud de personas deseosas de conocer los designios divinos a través de la pitia (pitonisa). Esta sacerdotisa conectaba con los dioses y transmitía los caprichos divinos a la gente por unos módicos sacrificios. Es curioso, pero cada vez que tengo que sacar dinero de un cajero automático en el extranjero tengo la sensación que visito al oráculo. Pongo todos mis sentidos a funcionar con máxima concentración e introduzco la tarjeta en la ranura del cajero. Busco con nerviosismo la tecla de idioma para poder seguir las instrucciones en cristiano (inglés o preferentemente castellano). Espero a que la terminal contacte con mi banco y decida darme el dinero. Luego mantengo la vista sobre la pantalla sin pestañear hasta conocer qué comisión, versión modernizada de los sacrificios de sangre a los dioses, ha decidido el divino banco cobrarme.

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Los moais pasan de los cajeros.

Tras unos momentos, que se hacen eternos porque te imaginas que a la salida del cajero te espera una cuadrilla de bandoleros, das un respingo al oír los engranajes de estas máquinas celestiales. Al ver emerger por la rendija tu amada tarjeta y el dinero sientes un gran alivio. Finalmente, recoges la pasta en una fracción de segundo y revisas los billetes rápidamente, para a continuación meterlos en la cartera. Vamos toda una experiencia económico-religiosa de menos de cinco minutos, pero muy intensa.

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Buscando direcciones para llegar al cajero más cercano.

Aunque éste es el procedimiento estándar, en Hanga Roa los dioses no estaban propicios y rechazaron mis tarjetas de débito y crédito en dos de los bancos de la ciudad. Entré en pánico pensando que iba a hacer, porque aunque llevaba dinero en metálico necesitaba sacar efectivo. Decidí esperar al día siguiente, para estar más relajado y probar en otro banco. A la mañana siguiente tuve una iluminación en el oráculo y vi una opción en la pantalla del cajero que ponía para extranjeros. Al pulsarla, la comunicación banco-divina es fluida y puedes obtener tu dinero. Esto es algo que hay que hacer en todos los cajeros de Chile, tal como tuve ocasión de comprobar diferentes veces. Por cierto, me cobraron una comisión enorme por la transacción. Cuando salí a la calle echando pestes, me oyó una señora que me dijo que así sabríamos los europeos lo que era bueno, que cuando ella va a Europa sale escaldada de las comisiones. En fin, que pena la gente que se alegra de las desgracias ajenas, seguro que había sacerdotisas menos brujas en Delfos que esta tiparraca.

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Así me quedé después de lo que me soltó la señora a la salida del cajero.

Tras mi encontronazo con la tecnología bancaria nos dejaron en el camping. Todos mis compañeros de viaje habían reservado tienda, pero como yo iba en plan marqués aventurero me quedé en mi super-habitación con baño privado, que disfruté un montón durante las cinco noches que dormí en Isla de Pascua. Eso sí, era bastante más cara que la tienda de campaña. El camping era muy agradable y la gente muy simpática. Estaba situado al lado del mar y a unos 10 minutos andando del centro de la ciudad.

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Algunos moais tienen miradas penetrantes.

Una vez instalado y sin más dilación, me lancé a ver los moais. Estaba ansioso por verlos. Estas estatuas ancestrales de piedra están por toda la isla. Esa tarde, para mi primer contacto con los moais decidí ir andando al sitio arqueológico Ahu Tahai que se encuentra a las afueras de Hanga Roa.  Es uno de los sitios más espectaculares de la isla para ver el atardecer.

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Algunos de los moais tiene un tocado.

Salí del camping y di un paseo muy agradable siguiendo el camino que iba al lado del mar. Había muchos caballos sueltos que andaban pastando en los arcenes de la carretera. En seguida pude ver algunos moais solitarios. Tienen un magnetismo especial, no me extraña que los europeos cuando llegaron aquí alucinaran con ellos. En una de las plazas de la ciudad pude ver un tiki polinesio de madera enorme y automáticamente me llevé la mano al brazo donde llevaba mi tatuaje recién hecho y esbocé una sonrisa (ver entrada anterior).

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Tiki, muy bien «dotado».

A las afueras de Hanga Roa pasé al lado del cementerio. Era un sitio muy sencillo al lado del mar, pero muy bonito. No creo que haya un lugar más idílico para descansar en paz. Lo que me llamó la atención es que un par de caballos estaban comiendo hierba entre las tumbas. Supongo que el ayuntamiento se ahorra la mano de obra de los jardineros usando estos animales. Desde luego, no hay cortacésped más barato y ecológico. Además de vez en cuando te abonan el terreno. Vamos, lo que viene siendo un todo en uno.

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Cementerio «ecológico»

Llegué a Ahu Tahai y me quedé embobado con la vista de los moais. Están colocados en tres altares (Ahu) con el mar a la espalda, dos solitarios y los otros cinco alineados en un único altar. La gente estaba empezando a llegar y buscaban posiciones para ver el atardecer. Yo subí colina arriba y me senté en una mesita de un bar familiar desde donde tenía vistas de todo el complejo. La hija de la familia me hizo de camarera. Era una muchacha muy sonriente de unos 14 años, aunque no muy ducha en las artes hosteleras. Tras cinco viajes para tomarme la comanda, me trajo una super-empanada y un zumo natural de frutillas (fresas). Me di cuenta que no había comido nada en todo el día. Me puse en modo “slow”, sin ninguna prisa y me preparé para disfrutar del espectáculo que tenía enfrente de mis ojos.

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Pescadores al atardecer en Ahu Tahai

La tarde estaba bastante nublada, pero todo fue cuestión de paciencia. Cuando el sol estaba lo suficientemente bajo, se asomó por debajo de las nubes y nos regaló un bonito atardecer. Los moais nos miraban en silencio, como quizá han venido haciéndolo con los habitantes de esta isla tan mágica durante los últimos 500 años.  El sol se ocultó en el horizonte.

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Cazadores de atardeceres en Ahu Tahai

La temperatura empezó a bajar rápidamente. Cada mochuelo se fue a su olivo y como en mi caso cada mochilero a su camping. Al llegar a mi habitación me puse la pomada en el tatuaje, le cambié el film protector y me fui para la cama. El cambio de hora me había dejado muerto y me esperaban unos cuantos días por delante para explorar Isla de Pascua y sus moais.  Así que me metí en la cama y tardé menos de un minuto en quedarme dormido.

7 comentarios sobre “La Isla de Pascua y mis primeros moais

  1. Te sigo tus viajes de vez encunado y tengo que reconocerte que los describes muy bien. Un abrazo y que sigas disfrutando chao.

    1. Muchas gracias por tu comentario y por seguirme. Dejame tu nombre y así se quien eres. Si quieres puedes suscribirte por email y recibirás los avisos y el link cada vez que publique algo. Un abrazo.

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