Isla de Pascua.Chile. Octubre 2018.
Para conseguir un puesto en el gobierno y obtener un sueldo Nescafé para toda la vida se inventaron las oposiciones. Este método era ya utilizado hace siglos en la Isla de Pascua. Tras las disputas internas entre los diferentes clanes rapanui y la falta de recursos en la isla, se sustituyó el culto a los moais por el del culto al hombre-pájaro. Como parte de este culto se elegía al hombre-pájaro una vez año para dirigir al pueblo rapanui entre los representantes de cada clan, mediante un peculiar concurso-oposición. El elegido era colmado de atenciones y disfrutaba de todos los lujos durante su mandato.

En esta prueba no se preguntaba a los candidatos el peso específico de la roca volcánica de la que están hechos los moais, según el Real Decreto de 1567 del Gobierno Polinesio sobre materiales de construcción. Directamente se les mandaba a por un huevo, ¿sencillo? pues no mucho… Los candidatos debían de jugarse la vida descendiendo por un acantilado de más de 300 metros, cruzar un mar embravecido hasta llegar al islote cercano y sortear a los tiburones con la única ayuda de un flotador de totora. Una vez en el islote debían conseguir el primer huevo de las aves marinas que anidan ahí en primavera. Luego claro, había que volver… Yo que pensaba que conseguir mí puesto de microbiólogo funcionario fue complicado, nos quejamos de vicio…

Aquella mañana me desperté con ganas de comerme el mundo, literalmente. Con las emociones de la llegada a la Isla de Pascua (ver entrada anterior) y el “jet-lag” no había comido mucho el día anterior. En el camping Mihinoa no tenía incluido el desayuno, así que cogí mi mochila y salí a buscar un sitio para apaciguar el hambre. Los aprendices de aventurero también desayunamos. Al lado del camping estaba el pequeño café Mara Pika en una pequeña casa de madera y hojalata. El sitio tenía tres mesas y unas vistas estupendas al mar y a los acantilados sobre los que se encontraba el volcán de Ranu Kau. Este es posiblemente el sitio más barato de todo Hanga Roa para comer algo rápido y que no salgas escaldado.

En esta mini cafetería te sentías como un habitante del fin del mundo, mientras tomabas un reconfortante café con leche y oías de fondo el ruido del viento agitando las chapas de la casa. Los puristas te dirán que un café con leche hecho con café instantáneo y leche en polvo no es una delicatesen, y posiblemente tengan razón. Sin embargo, no veía la leche en polvo desde mi infancia, de crio me gustaba poner sólo un poquito de agua y comérmela a cucharadas. La camarera super simpática me preparó un bocadillo con carne guisada y me dio indicaciones para subir andando al volcán Ranu Kau y a la aldea de Orongo, escenario donde se realizaba la ceremonia de elección del hombre-pájaro.

El camino iba paralelo a la costa y cruzaba cerca de la cueva de Ara Kai Taranga, que se encuentra al lado del mar y estuve visitándola. Cuenta la leyenda que el clan que vivía aquí practicaba el canibalismo, aunque no está del todo comprobado. Se veían alguna de las pinturas en la piedra con temas relacionados con el hombre-pájaro, pero no estaban muy bien conservadas. De ahí comencé los 4 km de ascensión empinada al volcán siguiendo el camino ceremonial que ascendían hasta Orongo. Se puede subir en vehículo, pero como iba a perderme una caminata de una hora y media con sus bonitas vistas.

El camino llegaba hasta cráter del volcán que se encuentra inactivo y alberga un micro ecosistema único en el mundo. Por razones de conservación no se permite el descenso al interior, pero las vistas desde el borde son impresionantes. Justo al otro lado del cráter, la pared que da al mar está derrumbada. Da la sensación que en cualquier momento el volcán va a colapsar y se va a vaciar el agua que se acumula en el interior.

Estaba tan maravillado, que decidí seguir el camino de la izquierda y bordear el cráter hasta la zona derrumbada. Parecía que estaba cerca, pero me llevó cerca de dos horas ir y volver. Tenía la esperanza de poder alcanzar la aldea ceremonial de Orongo andando sobre la parte del cráter próxima al mar, pero no parecía muy seguro y posiblemente estaba prohibido, así que regresé sobre mis pasos. En cualquier caso, el poder andar sólo por esa parte del camino y disfrutar de las vistas desde el cráter del volcán, fue más que suficiente para calmar mis ansias de explorador.

Cuando llegue de nuevo al camino, pude ver una piedra con un petroglifo de la imagen del hombre-pájaro. Luego continué hacia la derecha hasta llegar a Orongo. El acceso a la aldea está controlado y es necesario enseñar la entrada del Parque Nacional que compré en el aeropuerto. Esta entrada es sólo válida para visitar una vez la aldea. El pueblo está en una localización muy especial en el borde del cráter, con el mar a un lado y el volcán al otro.

En la isla de Pascua están extremadamente preocupados por preservar su riqueza cultural y su naturaleza, por esa razón intentan limitar al máximo el impacto turístico. A veces te exaspera que te limiten tanto en las visitas, pero es que como los turistas nos comportamos como hordas de orcos sin cencerro recién salidos de Mordor, es algo completamente necesario. En Orongo tienen perfectamente delimitado el circuito que los turistas pueden visitar y no es posible entrar en las casas semienterradas, donde los representantes de los clanes se alojaban durante la competición por ser el primero en conseguir el huevo ceremonial.

Estas casas fueron expoliadas por los europeos llevándose los frescos del techo. En esta aldea también existía el único moai de basalto de la isla. Desgraciadamente se lo llevaron a Inglaterra, separándolo del resto de sus hermanos moais. Actualmente se exhibe en el British Museum de Londres y tiene el sobrenombre del “amigo robado”. En los últimos años se están manteniendo negociaciones para intentar que regrese a casa, veremos si los ingleses lo sueltan.

Cuando visité Orongo tuve la suerte de llegar a la hora de comer y estuve prácticamente solo en el complejo. Lo agradecí enormemente porque pude disfrutar de este sitio tan mágico sin gente alrededor. Me senté en el mirador y me quede mirando los islotes (motus) donde estaban las aves marinas y los preciados huevos. Ahora, las aves han dejado de anidar en los motus, quizá por el cambio climático. Me quedé pensando en cómo sería mi vida si hubiese nacido aquí en esa época. Yo desde luego, con mi escasa agilidad y lo friolero que soy, no hubiese sido capaz de descolgarme por ese precipicio y meterme en el agua por unos huevos. En fin, no creo que hubiese llegado nunca a dirigir los designios de la Isla de Pascua.

Cuando terminé la visita de Orongo, bajé del volcán por el mismo camino por el que había subido. Sin prisa pero sin pausa, para poder disfrutar de las vistas y de la brisa del mar. Seguí ensimismado, pensando que la cultura rapanui no dejaba de sorprenderme.
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