Mar de Aral. Uzbekistán. Septiembre 2017.
El mar de Aral estaba considerado la cuarta mayor superficie de agua dulce del planeta, hasta que a los soviéticos les dio por cultivar algodón en medio del desierto en la década de los 70. Después de la caída de la Unión Soviética el cultivo del algodón se ha mantenido y el lago ha seguido encogiéndose. Los pueblos pesqueros han visto como la orilla se alejaba a decenas de kilómetros de distancia y con ella desaparecía la principal actividad económica que tenían. El agua ha aumentado su salinidad y ha dejado tras su retirada un páramo seco barrido por el viento. Como consecuencia el aire en suspensión arrastra sales y pesticidas, incidiendo en la salud de las personas que viven en las poblaciones cercanas. Esta desecación está considerada una de las mayores catástrofes ecológicas de la historia moderna. Si es que los humanos somos los bichos más dañinos del planeta Tierra.

A los pocos meses de llegar a trabajar a Nukus (Uzbekistán), mis compañeros organizaron un viaje para visitar el Mar de Aral. Era una oportunidad única de ver con nuestros propios ojos este paraje único. Para mí este sitio tenía también un especial interés. En una de las islas del Mar de Aral se encontraba el laboratorio que usaron los rusos para su programa de bioterrorismo. Los soviéticos decidieron montar este laboratorio aquí porque está a tomar viento, alejado del mundanal ruido y al que no se iba a acercar ni el tato. En la actualidad está completamente desmantelado y no es posible visitarlo, pero me llenaba de curiosidad ver cómo era la región donde decidieron construirlo.

Nukus está a 3 horas de Moynaq, que es el pueblo pesquero que estaba a la orilla del Mar de Aral. De ahí teníamos otras 4 horas hasta alcanzar el campamento de yurtas, al lado de lo que queda del Mar de Aral, donde íbamos a pasar la noche antes de regresar al día siguiente. La región de Karakalpakstán, donde esta Nukus y el Mar de Aral, no se caracteriza por tener temperaturas agradables. En verano se alcanzan fácilmente más de 45ºC y en invierno -30ºC. Cuando fuimos en septiembre no era el horno crematorio del verano pero hacía bastante calor. Así que cargados con suficientes botellas de agua emprendimos el viaje a lo Lawrence de Arabia. Eso sí, cambiamos los camellos por dos 4×4 todoterreno.

Después de tres horas conduciendo, llegamos a Moynaq. Tuvimos mala suerte porque el Museo del Mar de Aral estaba cerrado por remodelación. Una pena porque merece una visita para conocer más sobre lo que ocurrió en la región. De aquí nos fuimos al cementerio de barcos, donde puede verse lo que queda de algunos de los barcos pesqueros del pueblo. Ese sitio me impresionó mucho.

Donde antes estaba el puerto hoy no queda más que unos armazones oxidados . No hay ni rastro de agua y el páramo se extiende hasta el horizonte. Paseamos entre los barcos pisando lo que era antes el suelo marino. El único vestigio que queda del periodo acuático son pequeñas conchas de moluscos entre la arena. Es un sitio muy fotogénico con un aire post-apocalíptico tipo “Mad-Max”.

Desde Moynaq, la carretera desaparece y el resto del camino hay que hacerlo conduciendo por lo que era el lecho del Mar de Aral y cruzando varias plantas de prospección de gas natural que es otra de las riquezas de Uzbekistán. Pasamos cuatro horas disfrutando de este paisaje imposible, impactados por los kilómetros que el agua ha retrocedido y que estábamos cruzando con los 4×4. Al final, alcanzamos el campamento de yurtas en la orilla del Mar de Aral. Llegamos cubiertos de polvo y bien sudaditos. Claro, aventura y comodidad no pueden ir en la misma frase.

Después de llegar e instalarnos nos fuimos al agua. Era un paisaje extraño. Yo estaba decidido a bañarme. A medida que nos acercábamos al agua, el terreno se hacía más blando y llegó un momento que nos íbamos hundiendo en un barro negro, denso y de olor desagradable. De repente nos encontramos atrapados en el barro hasta media pierna y casi no podíamos andar.

Yo había leído que una vez que estabas más adentro, el suelo se endurecía y no tenías ese problema, pero nos dio miedo meternos más para comprobarlo. De hecho, tuvimos problemas para salir del agua. En cualquier caso, dado que no sabía si volvería, decidí mojarme entero en esa agua salobre sin pensar en los metales pesados, los pesticidas o las cepas de ántrax que podría haber ahí. Fui el único valiente (o quizá demente) que se metió entero. El bañador se me quedo rígido como una tabla por la salinidad del agua.

De la experiencia, lo peor no fue salir del agua con un lodo que olía a todo menos a “l’eau de roses” y lleno de salitre hasta en el entresijo. La sorpresa la tuvimos luego. Igual que nosotros tuvimos problemas con el barro para salir del agua, el 4×4 lo habíamos acercado demasiado a la orilla y se había quedado atrapado en el barro. Por más que intentábamos sacarlo, más se hundía. Estuvimos como dos horas intentando sacarlo sin éxito. Estabamos atrapados en mitad de la nada. Justo cuando se estaba haciendo de noche y estábamos pensando en tirar la toalla, vino un camión que afortunadamente estaba por el campamento y pudimos sacar el vehículo del barro.

Regresamos al campamento y nos duchamos con una garrafa de agua. Yo sólo me pude quitar el 72.5% del lodo. El resto del lodo y la flexibilidad de mi bañador la recuperé en el baño de mi casa de Nukus al día siguiente, tras una larga ducha con agua caliente.

Después de “aseados”, cenamos en el campamento, bebimos cervezas y hablamos y reímos hasta bien entrada la noche. Fue una velada maravillosa. Dormí por primera vez en mi vida en una yurta. Por la mañana nos despertamos muy temprano y pudimos ver uno de los amaneceres más bonitos. El sol se levantaba sobre el Mar de Aral mientras se reflejaba majestuosamente en el agua formando dos bolas de fuego en el horizonte.

Al final, todas las penurias tienen su recompensa. No dejes que te cuenten las cosas o las veas en una fotografía. Si puedes, míralas con tus propios ojos, apréndelas por ti mismo y disfruta de cada experiencia, que seguro que es única.
Cómo voy a dejar de escribir con seguidoras como tú. Encantado estoy de que me leas. He tenido unas semanas complicadas que no he tenido ni tiempo para rascarme el pie, a ver si este semana publico. El mar Aral creo que es uno de los sitios más extraños que he visitado, pero por eso merece tanto la pena verlo. Un beso y muchas gracias por leerme.