Huaraz. Perú. Octubre 2018.
Bien pudiera parecer que el título de la entrada de esta semana tenga algo que ver con los martirios y experiencias religiosas de algún santo. Nada más lejos de la realidad, aunque la hipoxia debido a la altura por la que discurre esta popular ruta, bien me podía haber hecho caer en algún trance místico. En fin, como todo en esta vida esta excursión tuvo sus luces y sombras. Estuvo llena de dificultades, pero hubo unos momentos en los que pude disfrutar de unos paisajes sublimes. Fue entonces cuando estuve a punto de entrar en éxtasis como Santa Teresa de Jesús y me sentí ampliamente recompensado por todos los sufrimientos que pasé.
La ruta de Santa Cruz atraviesa la Cordillera Blanca entre picos de 6.000 metros dentro del Parque Nacional de Huascarán. Aquí se encuentra el macizo Huascarán, cuyo pico sur (6.757 m) es el más alto de Perú y el quinto de América. Durante los 4 días que dura la excursión se recorren 50 km y se disfrutan de unos paisajes que te quitan la respiración, a parte de la falta de oxígeno por estar andando sobre los 4.000 metros. La ruta empieza en la población de Vaquería y termina en Cashapampa. La excursión se puede hacer indistintamente en ambas direcciones, pero empezando en Vaquería te ahorras el larguísimo desnivel del último día. Yo empecé en Vaquería.

En Octubre no había empezado todavía la época de lluvias, pero pueden tocarte días malos. Ya desde que llegué a Huaraz y reservé la excursión de la Ruta de Santa Cruz con Eco Ice Perú (ver sitio web), las predicciones de tiempo no eran buenas. De todas formas nunca se sabe lo que va a suceder, porque el tiempo es muy cambiante en las montañas. En estas situaciones no puedes estar esperando a ver cuál es el día más propicio, Perú es muy grande y tenía mucho país por recorrer.

La “Pachamama” es la diosa naturaleza a la que todavía en muchos sitios de Sudamérica se le sigue adorando y haciendo ofrendas para conseguir sus favores. Yo no es que crea mucho en estas cosas, pero quizá no hubiera estado de más haber hecho alguna ofrenda a esta diosa primigenia. En los cuatros días de ruta que hicimos, el tiempo no nos acompañó en absoluto. Si En hubiese estado en España hubiera ido a las monjas Clarisas con cinco docenas de huevos para que intercedieran por nosotros y los meteoros nos hubiesen sido más favorables.
El día de la excursión salimos a las 6 de la mañana en un combi dirección a Yungay. Allí teníamos la primera parada donde íbamos a desayunar. Nos sentamos todos alrededor de la mesa, íbamos 9 turistas aventureros. Yo era el único hispanohablante del grupo, así que ayude un poco con las comandas. Estábamos todos muy emocionados, pero también preocupados por las condiciones climáticas, pero ya no había marcha atrás estábamos en camino.

Después de coger energías seguimos camino hasta las lagunas LLanganuco. Este sitio era espectacular, el agua es de un color turquesa que enamora, rodeado de enormes montañas. Estaba disfrutando de las vistas cuando de repente aparecieron mis amigas catalanas (ver entrada anterior). Este sitio estaba de camino a la laguna 69, donde iban ellas, así que también hicieron una parada. Me hizo mucha ilusión volver a verlas.

Cuando ya teníamos todas nuestras fotos, seguimos viaje y ahora tocaba ascender a las alturas. Subimos por una carretera de tierra, que se me hizo eterna, dando curvas de 180 grados hasta alcanzar el paso de Portachuelo a 4.767 metros. Ahí paramos para disfrutar de la panorámica. Las lagunas Llanganuco se veían al fondo de un espectacular valle. No habíamos hecho nada de ejercicio pero me costaba respirar, seguramente la altura o quizá también estaba nervioso por saber cómo iban a ser los próximos días.

En Vaquería nos preparamos para empezar la ruta. Era una expedición en toda regla. La comida, tiendas, sacos, esterillas y parte de nuestro equipaje iban cargados por mulas. Nosotros íbamos con nuestra mochila de día como marqueses. Me recordaba a estas expediciones británicas por África de finales del siglo XIX que les montaban los campamentos, les preparaban el té de las 5 y ellos iban por la selva con lo justo, puro esnobismo. Bueno, eso lo pensaba al principio porque cuando empiezas a andar agradeces llevar poco peso.

Después de un rato, llegamos a la entrada del Parque Huascarán y pagamos la entrada (60 soles). Aprovecharon para prepararnos la comida y descansamos un rato. El resto del camino ese día no fue complicado y llegamos hasta Paria donde nos tenían ya preparadas las tiendas de campaña. Estaba nublado y chispeaba algo, así que no pudimos ver las montañas que nos rodeaban. Yo como era chico y desparejado, me tocó una tienda para mí sólo. El campamento tenía su tienda comedor y una tienda WC, para poder realizar las deposiciones dentro de un hoyo en el suelo, pero resguardado de las inclemencias del tiempo y en intimidad. Aquella misma tarde hice uso de este retrete montañés y me percaté que había empezado a perder la solidez de mis deposiciones. Ya se empezaba a mascar la tragedia.

Por la mañana nos llevaron un mate de coca a la tienda para despertarnos. No había dormido muy allá porque nunca consigo coger postura en el saco de dormir. No llego al límite de no dormirme si hay un guisante debajo de siete colchones como la princesita del cuento, pero el suelo me resultaba duro aunque tenía mi esterilla. Después del desayuno emprendimos el viaje con el guía, mientras el porteador y el otro ayudante del guía desmontaban el campamento y lo cargaban todo en las mulas.

El segundo día fue el más duro con diferencia, porque necesitas atravesar el paso de Punta Unión (4.750 m), pero en teoría es el más bonito. Ya por la mañana, el tiempo empezó a revolverse y a ratos llovía o hacía viento. Una verdadera tragedia porque en esta ascensión pasas al lado de uno nevados impresionantes, que los intuíamos pero no podíamos verlos. Para este viaje me había comprado una capa de agua con mangas y un plumas superligero que no ocupaba nada de espacio en el Decathlon, las mejores compras de mi vida. Comparado con el resto de mis compañeros, yo iba superequipado. Unas chicas llevaban un plastiquillo del chino de colores que se lo llevaba el aire por todos los lados y una pareja de ingleses iban en pantalones cortos, porque querían guardar las mallas secas para la noche, con la rasca que hacía.

Yo seguía con las tripas revueltas y tuve que improvisar varias paradas. En un momento dado, no me atrevía ni a orinar porque se me aflojaba todo. Estábamos ya tan altos que empezó a nevar y el siguiente apretón tuve que proceder en mitad de la ventisca. El guía se iba quedando a esperar a una chica que lo estaba pasando mal por la altura, la pareja de ingleses se metieron prisa porque iban en pantalones cortos y quería llegar cuanto antes al campamento. En fin, como cada uno íbamos a una velocidad diferente nos fuimos espaciando.

La nieve y la niebla eran tan intensas que en un momento dado no veía a nadie y tampoco el camino. No sabía por dónde tenía que seguir y estaba sólo. Fue un momento de angustia, pero unos minutos después aparecieron detrás de mí dos de mis compañeras. Decidimos quedarnos quietos a esperar al guía. Un poco más tarde apareció él, fue todo un alivió. Luego resultó que estábamos muy cerca del paso y al llegar arriba nos reagrupamos.

Desde arriba estaban todos los montes nublados, se veía una laguna turquesa y todo el valle de Santa Cruz. No nos quedamos mucho tiempo porque teníamos que bajar hasta el campamento y el tiempo no estaba para paripés. Nos estábamos turnando para llevar la mochila de la chica que estaba con los problemas de la altura y a la bajada me tocó a mí llevarla. Estaba lloviendo a mares y me hubiese salido más a cuenta haberme traído una canoa para el descenso, el camino era un río.

Tras todas las penurias llegué al campamento en Taullipampa (4.250 metros). Me fui a la tienda a poner mis manos en una taza de chocolate caliente para intentar volver a la vida. Estábamos todos agotados, yo estaba frustrado por no poder disfrutar de las montañas, helado de frío, intentando contener mis intestinos en su sitio y recuperándome del susto de quedarme sólo en la ventisca. Después de cambiarme de ropa y secarme, veía la vida mucho mejor. Cenamos trucha sudada (es como guisada al vapor), toda una exquisitez teniendo en cuenta donde nos encontrábamos. La trucha es un plato típico de la región de Huaraz.

La segunda noche no dormí mejor y se notaba que estábamos más altos. Aunque el saco que había alquilado en la agencia era especial, se sentía frío. También me dolía la cabeza por la altura después del esfuerzo del día. Me levanté muy temprano y cuando salí de la tienda me llevé una sorpresa. El día estaba despejado y se veían los picos nevados de las montañas a nuestro alrededor. Era tan bonito que se me saltaban las lágrimas. El pico Alpamayo con sus cerca de 6000 metros y su cúspide piramidal casi perfecta, lucía esplendoroso. Las vistas de todo el valle de Santa Cruz, con sus torres montañosas a ambos lados, eran increíbles.

En el desayuno dimos el parte de guerra. La chica con el mal de altura se encontraba mejor, pero varios de mis compañeros habían tenido que dormir con los sacos de dormir mojados porque no habían cubierto la carga de las mulas adecuadamente durante la ventisca. La verdad es que la noche pasada con lo que cayó, la temperatura no era para andar con humedades.

Recogimos nuestras cosas y nos pusimos en marcha, todavía nos quedaba otros dos días de caminata…
Si, lo pase mal ese día y creo que la altura y el frio fue la culpable de mis problemas intestinales. En cualquier caso, no sé si fue por lo mal que lo pase el día anterior pero cuando vi los montes descubiertos fue toda una revelación. Buen finde para ti también.
Lo fue, lo fue… Quería aventuras y ahí que las pasé.. pasar buen finde chicos