Playa Anakena (Isla de Pascua). Chile. Octubre 2018.
Cuando viajamos podemos hacer mil planes y prepararlos al milímetro, pero todo se puede ir al traste por cosas que no podemos controlar. Una de ellas es la meteorología. Los turistas somos como los agricultores, siempre mirando temerosos a los cielos y sufriendo cuando vemos un cúmulo-nimbo de más tapando el sol. Miramos las aplicaciones del tiempo en nuestros móviles y pensamos va, seguro que no son tan exactas y va a hacer un tiempo estupendo. Diez minutos más tarde, se abren los cielos y te cae el diluvio universal. Ya puedes ir sacando la canoa para poder ir del hotel al restaurante. Lo que da rabia es que normalmente no puedes esperar a que mejore el tiempo y al final tienes que seguir tu camino, sin disfrutar de la excursión o pasarte todo el día mojado con un chubasquero helado de frío. La moraleja es que tienes que ser todo lo flexible que puedas y poner buena cara a la ciclogénesis explosiva que te ha tocado vivir, quizá aún puedas aprovechar el día.

Yo no tuve ninguna ciclogénesis explosiva, pero aquella mañana en Hanga Roa salió un día de mierda, lloviendo y con viento. El día anterior en mi particular ruta turística (ver entrada anterior) me cruce con el dueño de unos caballos y había concretado con él una excursión por la costa norte hasta la playa de Anakena. Quería poder disfrutar de la isla en un medio de transporte diferente. Después de nuestro acuerdo comercial, aún me cruce con él un par de veces el mismo día y el hombre no dejaba de insistirme que si estaba seguro de hacer la excursión a caballo al día siguiente. Vamos, sólo me faltó firmarle un documento con mi propia sangre para que se quedase tranquilo.

Llegó el día y me pasé toda la mañana esperándolo. El tipo éste no apareció, ni contestaba al móvil, pero con la que estaba cayendo desde luego no estaba para irse de excursión a lo John Wayne. Casi hasta lo agradecí, porque después de los 25 km andando del día anterior estaba lleno de agujetas y con las ingles en carne viva por las rozaduras debidas al sudor. Una excursión de cinco horas a caballo podrían haber significado mi fin. Quizá mi ángel de la guarda me había mandado la salvación en forma de aguacero mañanero, quién sabe..

Ahora necesitaba buscar un plan B. En los días anteriores ya había visitado las atracciones más interesantes de la isla, pero me quedaba ir a la playa de Anakena, donde según cuenta la leyenda fue el lugar al que llegaron los primeros exploradores polinesios a Isla de Pascua. Andando no podía llegar porque estaba lejos y la bici eléctrica la descarté para evitar morir electrocutado en mitad del aguacero, así que opté por alquilar un coche. Miré en varios concesionarios y por la tarde alquilé el más barato durante 24 horas. Para lo que iba a hacer no me hacía falta un super todoterreno. Me llamó la atención no poder contratar un seguro a todo riesgo. Según el del concesionario no los hacen, pero debe ser algo común en Chile porque me volvió a pasar en la Patagonia chilena.

Las distancias en Isla de Pascua no son muy grandes y llegué a Anakena sin problemas. No conducía muy rápido porque iba con mil ojos para no llevarme por delante a ningún caballo despendolado de los que había por los arcenes de la carretera. Como en otros yacimientos de la isla necesitabas presentar tu entrada del Parque Nacional para poder acceder a la playa, aunque a diferencia de Rano Kau y Rano Ranaku, puede visitarse todas las veces que se quiera durante los diez días de duración de la entrada. El sitio es muy paradisiaco y está lleno de palmeras que han sido traídas desde Tahiti para rememorar el pasado polinésico de ese peculiar lugar de Isla de Pascua.

Las palmeras las azotaba el viento y llovía a ratos. Desde luego no es lo que te esperas cuando vas a pasar un día de playa en un sito paradisiaco. Como todavía no había comido me fui al restaurante que hay en el complejo y me pedí un ceviche con un zumo de mango. Mientras llegaba mi comida, recé en mi mejor rapanui para que la tarde se arreglase y pudiese disfrutar de la playa. La comida estaba buena y aunque el tiempo al final no mejoró mucho, me decidí a dar una vuelta para echar un vistazo por el yacimiento arqueológico.

Me acerqué al Ahu principal de Anakena que tenía unos imponentes moais, que a diferencia de otros de la isla, están bastante bien conservados y tienen las facciones bien definidas. Es curioso ver el contraste de los moais y la arena de la playa. La playa está en una pequeña bahía y el agua no estaba muy fría. Aunque llevaba el bañador, como los meteoros no me fueron propicios no quise meterme en el agua.

Me quedé sentado en la playa un buen rato y pensé en esos primeros colonos que llegaron aquí, lejos de su hogar y decidieron instalarse. Yo también me hubiese quedado aquí. Los que somos de secanos siempre soñamos con tener una casita en la playa y desde luego que este sitio era espectacular. Me daba rabia que no hiciese sol para poder disfrutar y sacar buenas fotos. Era una pena porque no iba a tener una segunda oportunidad de regresar a Anakena, al día siguiente me iba de Isla de Pascua. Sin embargo, aún con todo me sentía muy afortunado de haber podido venir y ver este sitio tan especial.

Al lado de Anakena se encuentra la playa de Ovahe que era otro sitio recomendado por su belleza, pero dado que el tiempo no acompañaba mucho, pensé que era mejor aprovechar el resto de la tarde visitando otros yacimientos arqueológicos. Me acerqué en coche a Te pito Kura. Este sitio además del altar con un moai derrumbado, que es el más grande jamás colocado en la isla, se encuentra la piedra magnética a la que se atribuye una energía sobrenatural.

Esta piedra parece ser que fue traída por los primeros colonos desde Polinesia y posee un alto contenido de hierro. Se calienta más que otras piedras y es capaz de volver locas a las brújulas, también se le atribuyen propiedades como la de aumentar la fertilidad, vamos que haría las delicias del presentador de cuarto milenio. Yo en cualquier caso me mantengo bastante escéptico, porque la miré fijamente y sigo sin ser padre. Todo el mundo está deseando tocarla, pero sólo se puede ver desde la distancia porque después de que a una pareja la pillaran haciendo cosas raras encima de ella, le han construido un murete protector para que nadie se acerque demasiado.

Mi siguiente parada fue Papa Vaka, en la que hay varios petroglifos con motivos marinos, no muy definidos la verdad, y Pu o Hiro una piedra musical que al soplarla se podía oír hasta en la cercana península de Poike, atrayendo a los peces hasta la costa. También fue un trofeo de guerra, que se llevaba de un lado a otro de la isla. Se ve que los rapanuis eran muy aficionados a llevar trozos de roca de un lado a otro, ya sea en forma de moai o como trompetas de piedra.

La tarde estaba llegando a su fin, pero aún me acerqué a la cantera de Puna Pao. Llegué casi cuando el guarda estaba cerrando y tuve que pedirle por favor que me dejara pasar para echar un vistazo porque ya no iba a poder volver, cosa que por otro lado era cierta. El guarda se apiadó de la última voluntad de un turista desesperado y me dejó pasar. En este sitio se esculpían los sobreros de los moais utilizando la escoria de color rojo de su cantera. Los sombreros son enormes, llegando a pesar entre 5 a 10 toneladas.

La cantera se puede visitar en poco tiempo, pero es suficiente para darte una idea del trabajo titánico que invertía el pueblo rapanui en crear las representaciones de sus ancestros. Toda un ejemplo de la perseverancia humana. Los moais eran esculpidos en Rano Ranaku y el gorro rojo en Puna Pao. Después tenían que transportarlos hasta el altar donde los instalaban, a veces a muchos kilómetros de distancia, y ponerlos uno encima del otro.

Después de mi última lección de cultura rapanui regresé a Hanga Roa, y me dí una vuelta por el mercadillo de recuerdo. Después de una hora dando vueltas, elegí mis moais de recuerdo perfectos para llevarme conmigo. Si, cargar con unas piedras en forma de ancestros rapanui en mi mochila no es la mejor idea para llevar en tu equipaje cuando viajas durante varios meses, pero como iba a marcharme de Isla de Pascua sin un moai. Era inconcebible.

Para mi última cena en la isla fui a Haka Honu (ver sitio web), un restaurante cerca de la orilla del mar muy agradable. Me pedí un atún a la parrilla que estaba estupendo y mi pisco sour para que pasase adecuadamente. Regresé al camping y aparqué enfrente, en el aparcamiento que estaba al lado del mar. El mar estaba embravecido y pregunté en recepción si estaría ahí seguro el coche. Me dijeron que no tendría problema. Aun así, regresé para asegurarme que había dejado la marcha y el freno de mano puesto correctamente. La ausencia de seguros a todo riesgo hace dudar a cualquiera.

En los cinco días que había estado en Isla de Pascua había tenido prácticamente tiempo para hacer de todo. Me quedé con las ganas de montar a caballo visitando la costa norte y de senderismo por la península de Poike. Pero conseguir una excursión para estos sitios siendo uno sólo puede ser complicado, a no ser que empeñes un riñón. Francamente aunque lo tengo repe, me siento muy unido a esta parte de mi aparato urinario.
Al final, aunque el tiempo fue pésimo y no pude disfrutar de la playa, sí que tuve un día completito y chulo. Con todo, aun había dejado algo pendiente para hacer al día siguiente en mi última mañana en Isla de Pascua.
Si, fue una verdadera pena no poder disfrutar de las playas, era un sitio estupendo para quedarte tirado, recargar las pilas y olvidarte del estres. Pero nada se puede hacer contra la naturaleza. Asi tengo una buena excusa para regresar a isla de pascua y de paso me puedo acercar hasta la piedra de marras si me da un ataque de espiritu paternal. Besos y buen finde para ti también
Jajajaja, estoy retrasado porque está semana he estado de mudanza. Me instalo en Madrid. Estoy en ello, estoy en ello. Un beso.