Londres. Reino Unido. Julio 2017.
Algunas veces nos alojamos en hoteles de lujo asiático y otras veces nos toca compartir un dormitorio con mochileros roncadores de diferentes nacionalidades. Siempre intentamos buscar hoteles con encanto, pero por esos azares del destino terminamos durmiendo en sitios cutres, que ni parecen que sean hoteles y el encanto brilla por su ausencia. En cualquier caso, estos alojamientos por lo bueno o lo malo siempre permanecerán como recuerdos imborrables en nuestra memoria, por saecula saeculorum.
Londres, que no se caracteriza especialmente por sus hoteles baratos y de calidad, es un bonito ejemplo. Por motivos de trabajo me mandaron 10 días a esta ciudad para hacer un curso de formación. Me alojaron en el hotel County que está bastante bien comunicado por transporte público y con una buena localización cerca del Museo Británico. Esto era todo lo bueno del hotel.

Llamadme ingenuo, pero yo creo que la “Suit Imperial” debía de estar ocupada esos días y por este pequeño contratiempo terminé en una habitación del tamaño de una caja de cerillas. Sacar la ropa interior de la maleta para cambiarte de calzoncillos requería desplegar todas tus habilidades de jugador de tetris. La moqueta tenía un olor difícil de catalogar que le daba a la habitación cierto punto de casposidad. Sin embargo, como microbiólogo me lleno de regocijo imaginar que con lo que había escondido en esa moqueta se podrían hacer tres tesis doctorales.

Otro inconveniente era que el baño no estaba dentro de la habitación y había que salir al pasillo para asearse. Lo más inolvidable de mi estancia fue que el tercer día salí a ducharme y me olvidé la llave dentro de la habitación. Así que, con todo el valor del que pude hacer acopio, bajé los 9 pisos en el ascensor hasta la recepción para pedir una copia de la llave. Os puedo confirmar que bajar en un ascensor recién salido de la ducha, descalzo y tapándote con una toalla de baño de tamaño escaso, no tiene nada de glamuroso. Nunca bajar 9 pisos en ascensor me pareció una experiencia tan eterna. Me dio tiempo hasta para disfrutar de la música del ascensor, esa melodía tan extraña a camino entre la música ratonera y el “new age”. El ascensor paró en el piso cuarto a recoger a una señora con la que intercambie un escueto “good morning”. El resto del trayecto tuve que aguantar estoicamente como me inspeccionaba de arriba abajo. No sabía dónde meterme y claro, el espacio del ascensor no da para mucho.
El recepcionista no pareció muy sorprendido cuando me vio medio desnudo. En fin, que me va decir si esto es Londres y se ve de todo por la calle. Sin muchas preguntas me dio la llave y me subí para arriba a ritmo de una nueva melodía de ascensor. Eso sí, tuve que esperar el ascensor en el lobby del hotel un par de minutos mientras lucia toalla. Llegué a la habitación con los pies sucios de recoger toda la mierda de la moqueta del hotel. Una pena no haberla utilizado, porque hubiese sido un material estupendo para empezar una investigación sobre la microbiota de las moquetas del Reino Unido.

Por si no fuera poco, descubrí a posteriori que el desayuno que tenía contratado era el continental. Después de dos días desayunando de buffet, el metre del comedor me informó que es lo que se me estaba permitido comer y me vetó el consumo de huevos y panceta. En fin, como se preocupa el servicio del hotel de que mantengamos la dieta, hay que joderse.

Pese a todo fueron unos días divertidos los que pasé en Londres. Para mi sorpresa me encontré la ciudad llena de banderas españolas. Pensé, que quizá los ingleses habían decidido devolvernos Gibraltar, pero luego en realidad resultó que eran nuestros reyes que venían de visita oficial a Londres. Que cosas….
Qué bien que te haya gustado. Un beso.