Moorea. Polinesia Francesa. Septiembre 2018.
Una de las cosas más complicadas cuando haces turismo es poder ver la fauna silvestre. Sueles tener las expectativas muy altas, pensando que puedes ver a los animales de cerca y que saldrán perfectos en tus fotos saludando con la patita. Sin embargo, muchas de las veces es una cuestión de suerte y mucha paciencia que puedas llegar a disfrutar de algún bicho. Con anterioridad en mis viajes a California y a Islandia me había embarcado en excursiones para poder ver las ballenas sin mucha fortuna. Es cierto que habíamos avistado las ballenas, pero sólo vimos los surtidores de agua a lo lejos cuando resoplaban y con suerte pudimos intuir el lomo de alguna ballena en la lontananza.

Por todo esto, estaba un poco escéptico por volver a intentarlo en Moorea. Sin embargo, mientras estuve esperando dentro del autobús a que el conductor se tomase un café (ver entrada anterior), la madre y la hija con las que esperaba, me hablaron de una excursión excepcional para acercarte nadando a las ballenas jorobadas y verlas de cerca. Ellas iban a ir por la tarde y me dejaron un panfleto por si al final estaba interesado. Al final, sí que me animé y contraté la excursión para el día siguiente.

Me pasaron a recoger a las 7:00 de la mañana en la puerta de casa y me llevaron hasta un barco. Luego fuimos navegando y recogiendo a otros turistas en diferentes hoteles de la isla. En Moorea hay hoteles muy chulos cerca del mar. Los bungalós que están sobre el agua dan mucha envidia, no por el precio, pero sí por las vistas y la sensación de dormir con el mar bajo tus pies. Una vez completado el grupo de turistas, cruzamos con el barco la barrera de coral y salimos de la laguna de Moorea hacia alta mar. En el camino nos cruzamos con un montón de delfines que se acercaban al barco.

Tal como me esperaba no fue tarea fácil localizar a las ballenas y estuvimos una hora y pico recorriendo diferentes sitios con un sonar para poder encontrarlas. El día estaba soleado y aunque no las encontrábamos, disfrutábamos de las vistas de Moorea que eran impresionantes. Desde el mar se podían ver las bahías y los picos escarpados que las rodeaban. Toda esta orografía era testimonio de la enorme caldera volcánica que existió en esta parte de la isla y que terminó colapsando.

En el barco estábamos todos preparados con las gafas de “snorkel” y las aletas para meternos en el agua en caso de que la tripulación localizase una ballena. Yo estaba un poco preocupado por mis problemas de ajuste de mis gafas a causa de mi barba y el hecho de que estábamos en alta mar. Había varios barcos de turistas en los alrededores y de repente, en frente de uno de ellos que estaba como a 500 metros de nosotros, vimos como saltaba una ballena desplazando una enorme masa de agua al caer. Igual que en los documentales de National Geographic.

En ese momento nos dirigimos a toda velocidad para allí. Estabamos todos muy emocionados por la cercanía de los cetáceos. Unos pocos minutos después el capitán nos indicó que nos metiéramos en el agua y nos pusimos a seguir nadando a los monitores. Yo agradecí que uno de ellos llevase una tabla de poliespán para agarrarme, porque en un momento dado estaba tragando agua a tutiplé y medio asfixiado por la mierda de las gafas. Pero claro, cuantas veces puedes ver tan de cerca una ballena.

El color del agua era del azul más intenso que había visto en mi vida. Miraba alrededor con mis gafas y no veía nada. Sin embargo de repente, como a unos 20 metros de profundidad, se veía una enorme masa negruzca con unas enormes aletas que me miraba fijamente. No lo sabía, pero las ballenas pasan mucho tiempo sumergidas y quietas. Después de varios minutos la ballena comenzó a girar y se dirigió a la superficie. Estaba extasiado, podía ver la ballena en toda su longitud y era enorme. En ese momento fui consciente de que quizá no era tan buena idea verlas tan de cerca. Menos mal que ellas saben perfectamente por donde deben de moverse para escapar de los insignificantes humanos y escabullirse de ellos. Fue un momento muy emocionante, después del cual pude quedarme un par de minutos tosiendo a gusto para secarme los pulmones mientras me agarraba a la tabla.

Aún tuvimos la oportunidad de hacer dos inmersiones más en que pudimos verlas otra vez. Después de cada inmersión nos subíamos al barco y nos movíamos a otra zona para seguir a las ballenas. En uno de los descensos me resbalé al bajar y me golpeé la pierna con la escalerilla del barco. El resto del día la pierna no me dio guerra, pero al día siguiente tenía un bonito moratón tamaño familiar y estuvo dándome la lata durante unas semanas. ¿Puede haber un aventurero con tan poca agilidad en este mundo?

Tras dar rienda suelta a nuestras ilusiones de capitán Ahab persiguiendo a Moby Dick, regresamos a la isla y paramos en el hotel Le Tipaniers (ver sitio web). Antes de llegar al embarcadero nos dejaron 30 minutos en el agua para que disfrutáramos de las rayas y los tiburones de arrecife que se acercaron como perritos a saludar. Como ya los había visto en Maupiti (ver entrada anterior) y en Tahaa (ver entrada anterior) no me impresionaron tanto, pero la verdad es que la excursión en su conjunto la disfrute muchísimo, aunque me ahogue un poquito un par de veces. Como la playa de Les Tipaniers era una gozada, decidí quedarme aquí el resto del día. La playa pertenece al hotel, pero si te tomas algo en el bar o reservas alguna excursión, nadie te dice nada por quedarte disfrutando del sitio.

Quería quedarme a comer en el restaurante del hotel, pero estaba todo lleno. Así que salí fuera del recinto del hotel y terminé comiendo en el restaurante Tiahura. Me comí un plato de pulpo que no estaba muy bueno y además fue caro. Luego regresé a la playa y decidí alquilar un kayak durante un par de horas en uno de los chiringuitos. Mi intención era cruzar a la playa Coco que está en el motu de enfrente.

Cuando ves a la gente en el kayak parece muy sencillo y un deporte muy estiloso, pero después de 30 minutos en el agua no podía ni con el remo. La corriente era muy fuerte y aunque remaba con todas mis fuerzas no podía cruzar al otro lado. Estaba reventado y todavía me quedaba hora y media. ¡En qué momento me había salido la vena de gondolero! Remé cerca de la orilla donde no me llegaba el agua a la rodilla. El dueño de uno de los chiringuitos se apiadó de mí y me aconsejó que siguiera unos cuantos metros más y cruzase en diagonal aprovechando la corriente. Finalmente, con sus consejos pude llegar a Playa Coco y me sentí un turista muy realizado.

Me dio pena no haber cogido dinero conmigo, porque había un chiringuito muy chulo. Seguro que hubiese comido mejor que en el restaurante del pulpo duro y escaso. En playa Coco llegaban barcos de domingueros y plantaban las sillas en el agua con un flotador lleno de cervezas y música reguetón. La gente estaba tomando el sol dentro del agua y bebiendo como si no hubiese un mañana. Que mala vida se lleva la gente aquí.

Descansé un rato y luego regresé, no sin cierto temor de que la corriente me hiciese terminar en la vecina isla de tahiti. Sin embargo esta vez fue más fácil, remar a favor de la corriente no tiene color. Después de entregar el kayak, aún tuve tiempo de darme un baño en las aguas cristalinas y retumbarme por la playa para descansar mis brazos molidos de tanto remar.

Como recompensa a tanto ajetreo, me senté en la terraza del bar y me pedí un cóctel “Blue Lagoon”. Allí me quedé disfrutando del resto de la tarde. El alcohol y el relajo me hicieron perder la noción del tiempo. Cuando empezó a atardecer, caí en la cuenta que tenía que regresar a la otra punta de la isla y hacer dedo de noche quizá no fuese tan fácil.

Salí a la carretera y no pasaba nadie. Se iba haciendo de noche y me había dejado el frontal en casa. Me preguntaba si pararía alguien a un viandante en mitad de la oscuridad. Después de unos 10 minutos, un coche con una pareja de turistas me recogió. Iban a cenar en la pizzería Allo (ver sitio web), que resulta que estaba debajo de la casa donde me alojaba. Los dioses polinesios estaban nuevamente de mi lado.

Cuando llegué a casa me pegué una ducha y también bajé a cenar a la pizzería. La pizza estaba muy buena y no fue excesivamente cara. Luego subí a casa con la intención de escribir en mi diario. Había traido mi notebook de novelista de moda, pero esa noche la pantalla dejó de funcionar después de 10 días de viaje. Que paciencia, otro trasto con el que tuve que cargar el resto del viaje. Tras este contratiempo di por terminado el día y me fui a dormir. Soñé que perseguía ballenas hasta el horizonte con mi kayak. Que afortunado era, no me dolían los brazos en absoluto. Sin duda alguna soñar tiene sus ventajas.
Pues si, menudas experiencias. Me empeñé en hacer snorkel con mi barba y el que me entrara el agua lo llevaba fatal. La proxima vez que me toque me afeito. Los monitores fueron muy respetuoso con las ballenas. La verdad es que no estuve tan cerca de ellas como la foto que puse en la entrada, pero aun así a mí me impresionó mucho. Me alegra mucho ver que os gustan mis historias.
Un beso.
De verdad que te animo a que vengas a Polinesia. Lo de la máscara a lo mejor es una solución pero yo creo que la próxima vez que haga snorkel me afeito y luego ya crecerá. Buen finde y gracias en seguirme en mis aventuras. Un beso.