Maupiti. Polinesia Francesa. Septiembre 2018.
En el principio de los tiempos Adán y Eva vivían despreocupados en su paraíso particular de luz y de color. Desgraciadamente se cruzó en sus vidas una serpiente con intereses en promocionar el consumo de manzanas y los pusieron de patitas en la calle. En mi caso, los tres días que estuve en Maupiti pasaron rápido y aunque no se me cruzó ningún reptil y estaba con una dieta a base de frutas tropicales, tuve que dejar este paraíso con tristeza.
Aquella mañana, después del desayuno con el resto de viajeros en el porche de la pensión del Sr. Ludo, procedí a pagar mi estancia y la excursión con barbacoa (ver entrada anterior). Pagué en metálico porque era el único método que aceptan para el pago en la isla. Si decidís venir a Maupiti recordar que no hay cajeros, ni bancos. Es necesario traer todo el dinero en metálico. Mi vuelo de Maupiti a Papeete estaba programado por la tarde, así que decidí pasar la mañana en playa Tereia para despedirme de este paraíso terrenal.

Desde la playa de arena blanca se veía el motu más cercano a unos 300 metros. El agua que los separaba era muy tranquila porque está protegida del mar abierto por la barrera de coral. Como el agua cubre por debajo de la cintura crucé andando con la mochila a la espalda. Es una sensación extraña estar en mitad del agua y ver la isla desde esta perspectiva. No tardé más de 20 minutos en pasar al otro lado y otro tanto en regresar. Fue un buen ejercicio andar dentro del agua hasta la cintura, mis agujetas del día siguiente así lo demostraron.

Después del ejercicio me tiré en la arena. Mientras descansaba en la playa, aprovechando para hacer toda la vitamina D que iba a necesitar para el próximo año, me dediqué a inspeccionar las conchas que había en la arena. Me di cuenta que había un montón de cangrejos ermitaños que estaban utilizando las conchas abandonadas. Inmediatamente me sentí identificado con este crustáceo por su capacidad de adaptación al medio. El cangrejo llevaba su casa a cuesta, al igual que yo iba a estar viajando con todos mis enseres en mi mochila durante los próximos meses. Menuda pareja de supervivientes estábamos hechos.

Antes de marcharme decidí comer porque se iba a hacer tarde antes de llegar a Papeete. En la playa estaba el restaurante “Chez Mimi”, un chiringuito polinesio muy agradable. La chica que la atendía era un travesti gordita muy sonriente y coqueta con su flor en el pelo. Estos travestis se los conoce como «mahu» y son muy frecuentes encontrarlos trabajando en restaurantes y hoteles. Los «mahu» son ampliamente aceptados por la comunidad y ya existían cuando llegaron los primeros europeos en el siglo XVI. Sin embargo los hombres amanerados «raerae» son repudiados como en otros sitios del mundo.
Todos los que estábamos en la playa, unas 10 personas, terminamos comiendo en el mismo sitio. No es extraño, porque sólo hay dos restaurantes en todo Maupiti. El chiringuito era precioso, pero el servicio un desastre. Estuve esperando una hora por mi rodaja de atún a la brasa con patatas fritas. No sé si es que se fueron a por el pescado a Bora Bora o no tenían mucha gente trabajando en el restaurante, pero tardaron una eternidad. Fui un par de veces a recordarle la comanda a la señorita Mimi y dos veces me mando para la mesa con una sonrisa y un “no me he olvidado de tu atún”. Lo único bueno de la espera y de que hubiese sólo tres mesas en el restaurante, es que entablé conversación con una pareja gay francesa con la que compartía mantel. Por cierto, el mantel era un bonito estampado azul con motivos polinesios. La pareja francesa iban a ir a la mañana siguiente de crucero y me pusieron al día de otros destinos de ensueño en Polinesia, como las islas Marquesas y los Tuamotus. Siempre nos dejamos cosas de ver en los sitios que visitamos y no nos queda otra que consolarnos con un “ya volveré”.

Para cuando llego mi comanda, tuve que engullir todo a toda velocidad porque se me estaba haciendo tarde. Todo hay que decirlo, el atún a la brasa estaba espectacular. Les dejé parte de la montaña de patatas que me habían servido a mis compis de mesa. Los pobres estaban salivando viéndome comer con ojos de cordero degollado. Por lo visto el pescado que habían pedido se lo estaban trayendo desde Tahiti y llevaban también una hora esperando la comida. Me despedí de ellos con un “Au Revoir” y me fui corriendo a la pensión.

Habíamos quedado con el Sr. Ludo para que nos llevase en barco al aeropuerto. Cuando llegué a la pensión pillé a todo el mundo ya en la furgoneta para acercarnos al embarcadero. Un par de minutos más y me dejan en tierra. Una verdadera lástima si me hubiese retrasado, a lo mejor me hubiera tenido que quedar una semana más en Maupiti con gran dolor en mi corazón (nótese el tono irónico de la última frase). El aeropuerto de Maupiti está en mitad del motu y todavía no me explico cómo pueden los pilotos tomar tierra, o tomar coral según se mire, para aterrizar ahí. El vuelo se supone que iba a ser directo a Papeete, pero al final lo cambiaron e hicimos escala en Bora Bora. Es muy común que cambien los vuelos y horarios cuando se vuelan entre las islas. En Polinesia conviene confirmar siempre los vuelos el día de antes por si las moscas.

Diez minutos después de despegar aterrizamos en Bora-Bora. Esta fue la vez que estuve más cerca de pisar esta isla, sólo la tuve a dos metros de mis pies. No pudimos bajar, recogimos a unos cuantos pasajeros y despegamos de nuevo con destino a Papeete (Tahiti). Era la segunda vez que pasaba por el aeropuerto de Papeete y era ya como si llegaba a casa. Intenté pillar el autobús, pero otra vez me paró un coche y me acercaron gratis al centro de la ciudad. Sí, esto no te pasa en Madrid. Me alojé otra vez en el Airbnb de Yasmine, donde dormí la primera noche que pasé en Polinesia. Fue todo como un déjà vu.

Como no quise complicarme mucho la vida me acerqué otra vez al puerto a cenar donde estaban las roulottes (ver entrada anterior). Pedí un “poisson cru” (ceviche polinesio) y de postre un helado de vainilla que me quitó el sentido, que para eso estaba en el país de la vainilla (ver entrada anterior). Al lado de donde estaba cenado había un grupo folclórico haciendo una exhibición de bailes polinesios. Los hemos visto muchas veces en la televisión, pero la verdad es que verlos así en directo es mucho más impactante. Después del espectáculo me fui a dormir. De camino a casa tuve que pasar por una calle un poco oscura y me hubiese venido bien el frontal. Me pasé la calle donde me alojaba y tarde 10 minutos hasta que la encontré.

Después de tantas emociones, estaba muy cansado y caí como un bendito en la cama. Me sentía desterrado del paraíso, pero lo que no sabía es que me quedaban todavía muchos paraísos por visitar.
Pero qué envidia! Yo también quiero que me destierren del paraíso!
Un saludo desde el infierno!!!
David, no hay como pasar una temporada en el infierno para poder disfrutar mñas del paraíso. Gracias por seguirmey leerme.
Un abrazo.
Que gusto esta forma de viajar¡¡ Muy bien escrito y descrito.
Pues nada veniros Eva y tu al paraiso polinesio. Muchas gracias por seguir mis andanzas en mi blog. Un abazo.
Gracias por leerme y seguirme. Si, todavía tengo unas pocas más historias en Polinesia. Este fue el comienzo de mi viaje. De Polinesia me fui a isla de Pascua y luego Perú y Chile. En fin, que espero no aburriros con todas mis historias, pero me alegra ver que me siges en el blog. Un beso.
Iré poco a poco haciendo entradas me gustó un montón y merece mucho la pena, además super barato, fíjate si me gustó que seguro que repetiremos pero esta vez por la zona del Caspio. Yo con lo que me quedé con ganas es con hacer el viaje que nos estás contando. Bss
Pues una razón más para visitar irán. Yo, la verdad es que si que tengo buen recuerdo de la gente cuando estuve alli. Estuve en Nukus en la región de karakalpakstan.